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Pero, ¿no piensas en el dolor que me causas con tu partida? Estará usted contenta y orgullosa al saber los adelantos de su hijo. ¿Y si mueres en alguna batalla? No importa. ¿Para qué es la vida? Además, ¿quién piensa en semejante cosa? Cuando se tienen veinte años, el que es noble sólo debe pensar en la gloria.

Querida amiga dijo ésta, apoderándose de la mano que la abuela le ofrecía; qué contenta estoy de ver a usted. Y nosotras también, amiga mía respondió la abuela con política. ¿Conque piensa usted casar a Magdalena? preguntó aquella buena alma. ¿Quién le ha dicho a usted eso? respondió la abuela. Tres personas me lo han afirmado después de la misa de ocho. ¡Ah! replicó la abuela mirando al reloj.

Y al fin, el imponente automóvil emprendió la marcha hacia el Sur, llevando á doña Luisa, á su hermana, que aceptaba con gusto este alejamiento de las admiradas tropas del emperador, y á Chichí, contenta de que la guerra le proporcionase una excursión á las playas de moda frecuentadas por sus amigas. Don Marcelo se vió solo.

Por esto digo a usted que de amor no le quiero y me parece que no le querré nunca. Pero lo que es por amistad, debe usted contar conmigo hasta la pared de enfrente. ¿Por qué no se contenta usted con esa amistad? ¿Por qué me pide usted lo que no puedo ni debo darle? No sería flojo el alboroto que se armaría en el pueblo si usted y yo fuésemos novios y el noviazgo se supiese.

Aquel que en poco tiene la riqueza Por cierto vive vida sosegada; Y el que con su pobreza se contenta Mas rico es que el que tiene mucha renta. Las guerras y las grandes disenciones El interes las causa, como vemos. Motines y revueltas, rebeliones, ¡Qué de mal por la plata padecemos!

Yo te enseñaré a ser práctica, y cuando pruebes el ser práctica, te ha de parecer mentira que hayas hecho en tu vida tantísimas tonterías contrarias a la ley de la realidad». Fortunata, preciso es decirlo, no estaba contenta, ni aun medianamente.

Había muchos ojos que los miraban y la señorita Priscila estaba muy contenta de que ella y su padre se hubieran encontrado, al llegar en coche a la puerta de la Casa Roja, a tiempo precisamente para ver aquel lindo espectáculo. Habían ido a acompañar a Nancy ese día, porque el señor Cass se había visto obligado, por razones particulares, a ir a Lytherley.

Seguro, contesta: Dígale usted que le quiere. Gracias, contesta de buena fe. ¿Quiere usted llevarle a la muerte? trueque usted la palabra, y dígale: te llevo a la gloria: irá ¿Quiere usted mandarle? dígale usted sencillamente: yo debo mandarte. Es indudable, contestará. He aquí todo el arte de manejar a los hombres. ¿Y es malo el hombre? ¿Qué manada de lobos se contenta con un manifiesto?

Pero la buena mujer estaba demasiado contenta con la salida de la señorita para no desahogarse un ratito.

Y sin dejar de cuidarme de los preparativos de la comida, me estremezco al pensar lo que tengo que decir esta noche al señor Lautrec. El mismo día, 12 de la noche. He vencido, mi buen señor cura, y estoy muy contenta por Luciana sin estar muy orgullosa por mi diplomacia, pues la verdad es que no he tenido mucho mérito. Voy a contarle a usted cómo ha pasado.