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De tal modo se posesionaron de su espíritu la idea y las imágenes expresadas por el ciego africano, que a punto estuvo de contarle a su ama el maravilloso método de conjurar y hacer venir al Rey de baixo terra.

Ella me dijo sin llorar, pero sus ojos estaban enrojecidos, lo que acabo de contarle, y como yo no tenía ya nada más en el mundo que la piedad de mi madrina, finalmente, con una voz apagada que arrancaba de su pecho con grandes esfuerzos, me dijo: «Hija mía, mi pobre Adela, mi único amor, Dios te proteja... y cuando El, en su bondad, te un esposo... ¿Lo oyes bien, hija mía? añadió levantando la cabeza y tomando un tono de voz lúgubre y grave que aun resuena en mis oídos , ¡que ese esposo vengue a tus padres y que, a cambio de la sangre de tu padre asesinado, tome la sangre de Maugis

Lo único que haré será contarle á usted un cuento, y allá verá usted si le sirve de algo para resolver el problema que tanta guerra le da. Venga el cuento, señor Cura; que yo procuraré sacarle toda la miga que tenga. Pues, óigale usted.

Este era siempre el último insulto y el que, en su opinión, resumía y compendiaba todos los demás. La razón de aquella granizada de denuestos: que hacía diez minutos largos que eran sonadas las once y que esperaba. Quedé estupefacto. Pero, chica, ¿no sabes? ¿Qué?... Quise contarle el encuentro que había tenido por la mañana. Toíto lo ; no me cuentes... ¿Y qué hay con eso?

Está ahí la modista arreglando los vestidos de Milagros... Paquito, que acababa de entrar de la calle, se sentó junto a su padre para contarle algunas anécdotas de las que corrían y leerle sueltos de periódico. Aquella tarde fue Milagros, que también había ido las anteriores, demostrando por la salud del Sr. D. Francisco un interés verdaderamente fraternal.

Tengo que contarle muchas cosas; tengo que darle muy alegres noticias.... ¿Alegres noticias? , muy alegres.... Veamos cuáles son. No merece usted, amigo mío, que yo le confíe dichas de mi corazón. ¡No; ciertamente que no! Usted no ha sido franco conmigo.

El navio inglés se llamaba El Argonauta. El médico de este barco era una excelente persona; no tuve ningún inconveniente en contarle mi vida, sin ocultarle nada. El dió de buenos informes e influyó, seguramente, para que no me colgaran de una verga. Durante la travesía de las Canarias a Plymonth me trataron bien los ingleses.

Concluiré el elogio de este varón Apostólico con un acto que por ventura es el más digno de saberse y que él sólo bastaba para contarle entre los heroes de esta provincia; para cuya inteligencia me es preciso tomar la relación de más lejos.

Como amigo de los condes, hallábase aún más obligado á impedir la desgracia que les amenazaba. Se determinó á ir á la rectoral y contarle lo que ocurría, bajo secreto de confesión. Los momentos críticos y decisivos. Se dió á correr cuanto más pudo hacia la casa, que por fortuna no estaba lejos.

Temía, con la credulidad del celoso, que Canterac hubiese conseguido un gran avance sobre él durante el corto paseo. Sonrió con una alegría pueril al contarle el oficinista cómo varias veces la «señora marquesa» le había pedido que se colocase entre ella y el ingeniero francés para mantenerlo á gran distancia.