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Pero por respeto a ti y a misma y a la familia, no hice nada. ¡Contarle a tu mamá mis sospechas!... ¿Para qué?, ¿para disgustarla sin ventaja ninguna?... Guillermina, con quien únicamente me clareaba, decíame siempre: «paciencia, hija, paciencia». Y por fin llegaba yo a tenerla, y el molinillo que me daba vueltas en el corazón, molía, haciéndomelo polvo, y yo aguanta que aguanta, siempre callada, poniendo cara de Pascua y tragando hiel, tragando hiel.

Las niñas deben saber lo mismo que los niños, para poder hablar con ellos como amigos cuando vayan creciendo; como que es una pena que el hombre tenga que salir de su casa a buscar con quien hablar, porque las mujeres de la casa no sepan contarle más que de diversiones y de modas.

Por lo demás, el ama se complacía en discretear con Inesita, en contarle sus impresiones y en buscar modo de poder decir que discurría como ella; que su espíritu y el de Inesita estaban en completa consonancia. Vamos dijo el ama , ¿qué haces aquí tonteando? Ven a acostarte. Nada es más dañino para la salud que esta picara usanza de Madrid de hacer del día noche y de la noche día.

Había para ella no sólo la perspectiva de la sorpresa y del placer de ver un nuevo pueblo, sino la de volver a contarle a Aarón todo lo que hubiera visto y oído. Aarón era tanto más instruido que ella en todas las cosas, que le sería muy agradable tener esa pequeña ventaja respecto de él.

«Pues , tía... es verdad que debiera yo... contarle a usted... No lo hice porque me parecía impropio. ¡Qué barbaridad! Traer a esta casa cuentos de... Soy una miserable; yo no debo estar aquí... Hasta llorar aquí por lo que lloro es una canallada. Pero no lo puedo remediar. El alma se me deshace. Yo tengo que decirle a alguien que me muero de pena, que no puedo vivir.

En esto reina cierta oscuridad, que no se disipará mientras no venga uno de estos averiguadores fanáticos que son capaces de contarle a Noé los pelos que tenía en la cabeza y el número de eses que hizo cuando cogió la primera pítima de que la historia tiene noticia.

Herminia le siguió con la vista mientras pudo y volvió á su cuarto soñando por vez primera en su vida. Mauricio tomó un camino de travesía por el bosque y se volvió á Montretout, donde comió y pasó la noche pensando en la joven del terraplén. Al siguiente día de su accidente, Mauricio escribió á su tutor para contarle la ocurrencia.

Después que bajó el telón permanecimos en el mismo sitio y me obligó a contarle mi vida y milagros, cuántas novias había tenido, a quién había querido más, etc., etc. Ya comprenderá usted que necesité ensartar un sin fin de patrañas. Después, sin motivo alguno serio, manifestó rotundamente que todos los hombres eran ingratos.

¡Ah!, sola... ¿y qué tal...? Me dijeron que estabas... que estaba usted algo mala... Después de decirle que su enfermedad no había sido nada, la chulita se sentó junto a él, haciendo propósito de contarle la verdadera dolencia que sufría, que era puramente moral, y con los más graves caracteres.

Aresti hablaba con tranquilidad, como si desde mucho antes esperase lo que su primo iba á contarle; seguro de que aquella novela de amor, desarrollada en el ocaso de la madurez, había de tener un desenlace triste. Sánchez Morueta comenzó á hablar con lentitud, como si le doliese, con profundo desgarrón, el remover sus recuerdos.