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En un pueblo cuyas estancias tengan 20.000 cabezas de ganado vacuno, no baja el procreo de 4.000 de yerra al año; y teniendo, como todas tienen, crías de yeguas y de mulas, producen también el aumento de las crías; de modo que tengo bien averiguado que, rebajando las que se mueren, pierden, roban, consumo anual de estancias, y computando jornales de peones y capataz, pasa de 3.000 pesos el valor del aumento anual en una estancia como la propuesta.

La agricultura, que hace cincuenta anos tenía limitadas sus operaciones á satisfacer las necesidades del consumo local, crece de un modo fabuloso, traspasa sus ordinarios límites, y llega á Europa y América con sus productos, logrando que se los tenga en grande estima.

El almacenero la trae, la ven, la revisan, y luego se la devuelven y se retiran los amigos, después de un consumo moderado del "Oportito" famoso, o del "Coñaquito, capaz de despertar a un muerto". Y el cliente no vuelve a aparecer más por el almacén.

Este cálculo no es una paradoja, es una realidad y verdad práctica; porque el uso del tabaco es tan de primera necesidad para los indios, que puede sobre ese objeto formarse el mismo cálculo que se formaria sobre el consumo del pan en España, ó sobre otro artículo de mayor necesidad si lo hay.

El contingente de estudiantes que allí se ven, diferentes de los de otros paises, en trajes, en costumbres, en todo, anima la ciudad, suministra asuntos á periodistas y escritores, da una cifra respetable por año á la estadística del consumo de cerveza y tabaco, asusta á mas de cuatro maridos, se bate en desafíos, discute, se mueve, bulle, hormiguea .

Tal mortal afortunado fué nuestro amigo Martinán. Este incansable polemista iba en camino recto de hacerse rico. El consumo de su taberna había crecido de modo tan prodigioso que ya no le bastaba el vino y aguardiente que por el puerto de San Isidro le traían los arrieros de León; él mismo se vió necesitado á hacer algunos viajes á Palencia y traer algunos carros bien cargados.

Bien sabido es que el famoso vino que allí se produce no es regalado ó vendido por su opulento propietario, el duque de Metternich, sino para el consumo de soberanos y príncipes, ó de esos reyes de los cofres que se llaman banqueros, capaces de pagar á 27 ó 30 francos la botella del delicioso licor.

El consumo diario de harina empleada en hacer pan, tortas, bollos y pasta frolla o flora, era de noventa coros, o sea cuarenta y cinco cahíces, de doce fanegas se entiende. Así es que en el palacio de Salomón hasta el último pinche se regalaba a pedir de boca y estaba gordo y lucio. Las mujeres, tanto por naturaleza cuanto por los afeites que usaban, parecían celestiales y de variadísimo mérito.

Pero, ¿qué han de consumir 600.000 gauchos, pobres, sin industria, como sin necesidades, bajo un Gobierno que, extinguiendo las costumbres y gustos europeos, disminuye necesariamente el consumo de productos europeos? ¿Habremos de creer que la Inglaterra desconoce hasta este punto sus intereses en América? ¿Ha querido poner su mano poderosa para que no se levante en el sur de la América un Estado como el que ella engendró en el norte? ¡Qué ilusión!

Cuando nos encaminábamos hacia el Ponto Santa María, la puerta de la ciudad, donde los empleados de uniforme del dazio estaban sin hacer nada pero listos para cobrar el impuesto sobre todo artículo de consumo, aun cuando fuese bien insignificante, que entrara por allí, se volvió de pronto a y me inquirió: ¿Cómo ha sabido que yo tenía combinada una cita para esta noche con nuestro amigo?