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No te han engañado como a la heroína del poema. ¡; te amo, te amo, Linilla mía! Yo no consulto eso con las flores, que suelen ser engañosas y lagoteras, sino con mi corazón que es todo tuyo.

La Caramba, ya quería matarle, ya quería morir ella por amor de él; pero de todos modos ansiaba ser amada. Consultó a una famosa gitana hechicera, que había entonces en Madrid, y esta gitana le vendió el puñalito con puño de oro para que le clavase en el corazón de la efigie, como la Caramba lo hizo. No por eso conquistó ella el vivo y verdadero corazón de D. Jacinto.

Consultó la enferma con las eminencias del «arte de curar», y ninguna de ellas dejó de prometerla un pronto y radical alivio... ni de aconsejar a su familia que la volvieran cuanto antes a su casa, porque quietud, sosiego y «auras domésticas», era lo que principalmente requería la incurable enfermedad de aquella señora... En fin, lo que la había aconsejado en Madrid su médico de cabecera.

También le hicimos creer que la baba del conejo era venenosa, y consultó cuatro médicos y se cauterizó un brazo. Se le daban las bromas más extraordinarias que usted pueda figurarse. Era poco valiente, como usted sabe, pero pundonoroso. Armábamos una camorra por cualquier tontería. Uno de nosotros se fingía agraviado. Los demás acalorábamos la disputa. No había más remedio que batirse.

Llegó el momento de que Aresti, á los catorce años, escogiera una carrera y el viejo consultó su voluntad. A ver ¿qué quería ser? ¡con franqueza! Allí estaba el tío Juan con la bolsa abierta para costearle la carrera que más le gustase... aunque quisiera ser Sumo Pontífice. Marino no: ya había bastante con uno en la familia. ¿Médico? ¿quería ser médico?

¡O mi soberbio Tequendama, dónde estás, con tu acceso difícil, tus bosques vírgenes, tus sendas abruptas, tus rocas salvajes! Heme instalado en un hotel trivial, el más próximo a la caída. Consulto mis instrucciones y recuerdos y hago mi plan.

Le hubiera hablado de su amor, del Babilonia, del champaña, de que abusaba. Pero se limitó a preguntar: ¿Hay que darle bromuro a Polakov? ¡Desde luego! ¡Buenas noches! Muy buenas. ¿Volverá usted a irse? El doctor consultó su reloj. Eran las tres y media. No, es demasiado tarde. No saldré ya. ¡Gracias!

Consultó á este Comandante el sueldo diario que debia dar á sus soldados, pero la respuesta no fué decisiva, porque se remitia á la que el aguardaba sobre los puntos que tenia consultados anticipadamente; y en tanto se trataba del método que debia seguir, tuvo noticias ciertas de que el rebelde venia ya marchando por la provincia de Lampa.

Los reyes estaban aconsejados por clérigos hasta en asuntos de guerra. Carlos II, ante la oferta de que tropas holandesas guarnecieran las plazas españolas de Flandes, consultó el asunto con teólogos, como un caso de conciencia, porque esto podía facilitar la difusión de la herejía, y acabó por preferir que cayesen en poder de los franceses, que, aunque enemigos, al fin eran católicos.

Sin embargo, en uno de los manuscritos que consulto, interrogado su autor sobre este mismo hecho, contesta: «Que no sabe que Quiroga haya tratado nunca de arrancar a sus padres dinero por la fuerza»; y contra la tradición constante, contra el asentimiento general, quiero atenerme a este dato contradictorio. ¡Lo contrario es horrible!