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Lorenzo siguió el consejo, pero notó que cada vez que le pegaba el tostado hacía un movimiento de encogimiento, que él consideraba como la amenaza de violencias alarmantes y en vez de acentuar disminuía la intensidad de sus rebencazos, hasta reemplazarlos por amables golpes de talón. ¡Péguele sin miedo, señor; si es de mañero! le decía Baldomero. Es que no anda...

La estimación de sus camaradas era lo único que, procurando conservarlo con delicadeza suma, encontraba digno de envidia, y su única ambición. Consideraba el honor de su regimiento como el suyo propio, y sabía de memoria los nombres de los oficiales y soldados de todos los escuadrones.

Es un disparate, y por eso río. No: ¡nunca! El príncipe habló á su vez. Se habían odiado, era cierto, y este odio lo consideraba ahora como una felicidad. ¡Qué desgracia la suya si hubiesen unido por el matrimonio sus dos enormes fortunas y sus dos orgullos todavía más enormes!...

Consideraba don José como una gloria más de su ídolo el que la gente admirase la serenidad con que perdía el dinero. Un matador no podía ser igual a los demás hombres, que andan a vueltas con los céntimos. Por algo ganaba lo que quería. Además, satisfacíale como un triunfo propio, como algo que era obra suya, el verle metido en un Círculo donde no todos podían entrar.

Hullin, llevado de su robusta naturaleza y de su carácter alegre, que nunca se alarmaba por las cosas que pudieran venir, consideraba aquellos ruidos de retirada, desastre e invasión como mentiras propagadas por la mala fe.

La única determinación firme que nacía de todo ello era la de despedir a Arturito, que ya le parecía insufrible. Pero Rafaela era la bondad misma y, antes de hacer la herida que consideraba indispensable hacer, preparaba bálsamos para curarla.

Yo no había llegado ni me consideraba capaz de llegar a tan gentil idolatría. Sólo he entrevisto y columbrado así la capacidad de sentirla como el hechizo que debe de haber en ella, desde que fui de Juan Maury.

Desde su primera ojeada presintió Tòni que algo importante iba á ocurrir. El capitán tenía un aire animoso y alegre. Al mismo tiempo vió en la exagerada amabilidad de su sonrisa un deseo de seducir, de imponer dulcemente algo que consideraba de dudosa aceptación. Ya estarás contento dijo Ferragut al darle la mano . Pronto vamos á zarpar. Entraron en el salón.

Más de una vez me sorprendí contemplándola con un sentimiento maternal, si puedo decirlo, pues desde que estaba en correspondencia seguida con Roberto, me figuraba que verdaderamente tenía la felicidad de ambos en mis manos. En mi presunción, me consideraba fácilmente como un buen genio, vestido de blanco, con una palma en la mano, y cuya sonrisa vertía bendiciones.

La voz de Febrer, como un susurro, acarició las orejas de la muchacha. Allí le tenía, para convencerla de que era amor, verdadero amor, lo que ella consideraba un capricho. Febrer no sabía aún ciertamente cómo había sido esto. Sentía un malestar en su soledad, un anhelo vago de cosas mejores, que tal vez estaban a su alcance, pero que él, en su ceguera, no podía reconocer, hasta que de pronto había visto claro dónde estaba la dicha... Y la dicha era ella. ¡Margalida! ¡«Flor de almendro»!