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Pero el recuerdo de su jefe abatió las ilusiones del ingeniero. ¿Que dirá tu padre cuando conozca nuestros amores? Ya conoces por mis cartas la inquietud que esto me causa; me roba el sueño muchas veces... ¿Y tu madre? ¡Qué miedo la tengo!... Somos muy felices amándonos, pero el porvenir nos guarda muchos dolores. ¡Si todos en tu familia fuesen como el doctor!...

Dime que no en seguida, o te araño. ¡Dónde iba yo a meterte!... Nada de teatro: queda prohibido. Escribirás en los periódicos, escribirás libros; y si alguna vez las señoronas te envían cartitas, entusiasmadas por esas cosas tan monas que sabes decir, ¡cuidado con hacer caso de ellas!... Mira que aún no me conoces; mira que yo, cuando le tengo ley a una persona, soy peor que una mosca.

Esta vez Liette no pudo reprimir una franca carcajada, y respondió besando tiernamente a aquella cabeza a la que las canas no habían llevado la razón: Nadie podría reemplazarte conmigo, querida mamá, y la de Candore menos que otra... No la conoces; es una mujer superior, pero tan convencida de su superioridad, que el común de los mortales no existe para ella.

Puedes hacer rabiar al chico de Santa Cruz, porque en cuanto te vea hecha una persona decente se ha de ir a ti como el gato a la carne. Créetelo porque te lo digo yo. Quita, quita; si él no se acuerda ya ni del santo de mi nombre. Paices boba, ¿qué apuestas a que en cuanto te echen el Sacramento, pierde pie...? No conoces el peine. Verás cómo no pasa eso. ¿Qué apuestas?

El papú pareció no haberle oído: había arrancado una flecha clavada en un tronco, y la miraba con atención. ¡Uri-Utanate! repitió el marino. Esta vez el salvaje le oyó, y se le acercó diciéndole: Yo conozco esta flecha. ¿La conoces? exclamó Van-Horn. ; y pertenece a los guerreros de mi tribu. ¿Estás seguro de no equivocarte? No me engaño.

Y cuando me despierto, mientras me desperezo un poco y recapitulo sobre lo que he de hacer durante el día, oigo un reloj que suena las diez en el piso de al lado, y después otro en el piso de abajo, y luego otro en el piso de arriba. Y mi reloj, este reloj pequeñito que conoces, va marchando sobre la mesilla en un tic-tac suave. Como es ya tarde ¡las diez! , me echo de la cama y abro el balcón.

El maestro Juan Bou se mostraba tan amable con él aquellos días, que no sabía qué hacerle. Y su amabilidad era tan extraordinaria, que hasta llegó a llamarle hijo y a departir con él como de igual a igual. «Bien, hijo, bien; vamos bien. Has sido algo calavera pero mismo conoces que el trabajo es la vida, la religión del pueblo... Voy a hacerte una proposición. ¿Quieres venirte a vivir conmigo?

Francisca... dije, imitando a la señora de Dumais. No me pongas nerviosa, Magdalena... Y después, ¿conoces algo más inepto que los prejuicios de sociedad?

Isidora rompió a reír, y después, haciendo gala de uno de sus talentos más brillantes, el de retratar en cuatro rasgos a una persona, se explicó así: «¿No le conoces? Si le hubieras visto alguna vez no le olvidarías. Es un galán viejo con la cara sonrosada.

Las atenciones de mi alto puesto me agobian, y las enemistades y miserias que él me produce entre las conexiones de la esfera en que habito, me desalientan; esfera, amigo mío, que por tu dicha no conoces.