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Sin advertir nada, Maximiliano elogiaba el perfecto condimento del arroz; pero ella se calló, echando para adentro, con las primeras cucharadas, aquel fárrago amargo que se le quería salir del corazón.

Adoraba el vino con el entusiasmo de la gente del campo que no conoce otro alimento que el pan de las teleras, el pan de los gazpachos o el ajo caliente, y obligada a rociar con agua esta comida insípida, sin otra grasa que el hediondo aceite del condimento, sueña con el vino, viendo en él la energía de su existencia, la alegría de su pensamiento.

La vida se extiende ante los ojos como un inmenso campo de plantas alimenticias, en el que no hay una flor que resulte inútil ni un pájaro que deje de ser comestible. Nosotros queremos que el mundo vuelva á su antigua existencia. La vida es monótona sin aventuras, sin héroes, y no vale la pena de ser vivida si le falta el condimento del peligro.

Cuando se conoce que ha cocido bastante, con una espumadera se van llenando con pasta los moldes, teniéndolos al fresco tres o cuatro días con sus noches. Después se sacan de los moldes como el queso helado. CABEZA DE JABALÍ. Se deshuesa la cabeza, se pone a cocer con despojos de carne de cerdo, especias, cebollas, perejil y sal. Con este condimento se tiene ocho días.

El misticismo es un condimento sin el cual el amor sería desabrido para los paladares delicados; mas nunca pasa, para las gentes vulgares, de ser un condimento; es como la sal, la mostaza, la pimienta y otras exóticas especierías. Lastimoso, abominable es que las gentes piensen así; pero ello es que así piensan.

En la anaquelería o vasares de la despensa suele conservar, con próvida y rica profusión, un tesoro de comestibles, los cuales dan testimonio, ya de la prosperidad de la casa; ya de lo fértil de las fincas del dueño, si son productos indígenas y, como suele decirse, de la propia crianza y labranza; ya de la habilidad y primor de la señora, cuyo trabajo ha aumentado el valor de la primera materia con alguna preparación o condimento.

Ordinariamente hacía una vida arreglada, levantándose muy de mañana, yendo a la fábrica a despachar las cuentas y a inspeccionar el condimento de los pescados y mariscos y viniendo a eso de las cinco de la tarde a jabonarse y vestirse para emprender su paseo o sus visitas que no eran pocas, y que terminaban siempre a las once de la noche. La única lectura que le agradaba, las novelas de crímenes.

Se comía, allá arriba, lo que salía al paso, lo que daban los pasmados venteros: chorizos tostados, chorreando sangre, unas migas, huevos fritos, cualquier cosa; el pan era duro, ¡mejor! el vino malo, sabía a la pez, ¡mejor! esto le gustaba a Quintanar: y en tal gusto coincidía con su esposa, amiga también de estas meriendas aventuradas, en las que encontraba un condimento picante que despertaba el hambre y la alegría infantil. En aquellos altozanos se respiraba el aire como cosa nueva; se calentaban a los rayos del sol con voluptuosa pereza, como si el sol de Vetusta, de allá abajo, fuera menos benéfico. Notaba Ana que en aquella altura, en aquel escenario, mitad pastoril, mitad de novela picaresca, entre arrieros, maritornes y señores de castillos, a lo don Quijote, se despertaba en ella el instinto del arte plástico y el sentido de la observación; reparaba las siluetas de árboles, gallinas, patos, cerdos, y se fijaba en las líneas que pedían el lápiz, veía más matices en los colores, descubría grupos artísticos, combinaciones de composición sabia y armónica, y, en suma, se le revelaba la naturaleza como poeta y pintor en todo lo que veía y oía, en la respuesta aguda de una aldeana o de un zafio gañán, en los episodios de la vida del corral, en los grupos de las nubes, en la melancolía de una mula cansada y cubierta de polvo, en la sombra de un árbol, en los reflejos de un charco, y sobre todo en el ritmo recóndito de los fenómenos, divisibles a lo infinito, sucediéndose, coincidiendo, formando la trama dramática del tiempo con una armonía superior a nuestras facultades perceptivas, que más se adivina que de ella se da testimonio. Este nuevo sentido de que tenía conciencia Ana en estas expediciones a los ventorrillos altos de Vistalegre, camino de Corfín, le inundaba de visiones el cerebro y la sumía en dulce inercia en que hasta el imaginar acababa por ser una fatiga. Entonces la sacaban de sus éxtasis naturalistas una atención delicada de Mesía o una salida de buen humor intempestivo de Quintanar. Don Víctor creía que en el campo, sobre todo si se merienda, no se debe hacer más que locuras; y, por supuesto, era según él indispensable que alguien se disfrazase cambiando, por lo menos, de sombrero.

Encaminó sus pasos a la calle del Ave María, y entró un poquillo avergonzado en la taberna, haciendo como que se sonaba, al atravesar la pieza exterior, para taparse la cara con el pañuelo. Estrecho y ahogado es aquel recinto para la mucha parroquia que a él concurre, atraída por la baratura y buen condimento de los guisotes que allí se despachan.

Era una hora ésta muy ocupada para la niña: la cena de los chicos y del huésped exigía bastantes preparativos: la criada se encargaba únicamente del condimento de los manjares; doña Rosalía de atender al estanquillo.