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La convicción profunda que Almudena mostraba hizo efecto en la infeliz mujer, quien, después de una pausa en que interrogaba los ojos muertos de su amigo y su frente amarilla lustrosa, rodeada de negros cabellos, saltó diciendo: «¿Y qué se hace para llamarlo? Yo diciendo ti. ¿Y no me pasa nada por hacerlo? Naida. ¿No me condeno, ni me pongo mala, ni me cogen los demonios? No.

No niego que habrá muchas y honrosas excepciones: no condeno la intencion virtuosa de uno ó mil individuos. Hablo de la temperatura general que, en mi juicio, tiene aquí la conciencia. Esta verdad se descubre más fácilmente en los cocheros.

Después de vacilar un momento se contestaba con amargura, «Porque no me creerían. ¿Cómo habían de creerme y hacer caso de , si yo también he sido alborotador, cabecilla, intrigante, aventurero y hasta un poco charlatán? ¿Si he sido todo lo que condeno, cómo han de fiar de al verme condenar lo que he sido? ¿Si exploté la industria del pobre en este país, que es la conspiración, cómo han de ver en lo que realmente soy?

Muy lejos estoy de decir que condeno a esos hombres; ¿qué sería del mundo si todos los que, al mirarse en un espejo, descubren una verruga en su cara, fueran por desesperación a cortarse la cabeza?

Condeno á Cleto Rejones á quedarse con la paré derribada, si él no la quiere levantar por su cuenta, y á pagar las costas del juicio, como son: Una peseta de papel; Dos reales para el secretario, Y doce cuartos para el alguacil. Item.

Vivia retirado y tranquilo en el seno de su familia, cuando se le asechó y prendió para someterle á un juicio, en que, por crímenes imaginarios, se le condenó á perecer barbaramente en un cadalso.

Y no porque yo me valga de rodeos y perífrasis, sino porque quizás á causa de mi optimismo y de mi indulgencia afectuosa, apenas condeno á nadie y hallo disculpa para todo.

Los grandes criminales contra la religión, que la Iglesia condenó y quemó vivos, empiezan a tener estatuas; y mientras la literatura del infierno está en bancarrota definitiva, las ciencias sociales, que aun no han concluido de nacer, son ya dueñas del mercado.

Sepa usted, pues, amigo mío, que cuando una vez se ha dejado pasar una buena racha, ya no vuelve. Al rechazar sus proposiciones, renuncio a toda esperanza en lo porvenir y me condeno a perpetuidad.

Ahí tienes, chico; te he pronunciado un largo discurso y si tu sangre se ha calmado mientras tanto, he conseguido mi objeto. ¿Entonces, la condenas sencillamente? dijo Roberto, con angustia. No condeno a nadie, hijo mío respondió el anciano con una sonrisa grave, y aun menos que a otra, a una naturaleza honrada como lo era la de Olga.