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Si hay todavía algunas personas como usted, señor conde, que me aprecian de veras, allá se las hayan... yo me lavo las manos.

Llamaron por segunda y tercera vez con insistencia, y se oyó una voz de mujer que dijo recatadamente detrás de la puerta: ¡Señora! ¡señora! ¡por amor de Dios! ¡oíd, si no queréis que suceda una desdicha! La condesa se acercó á la puerta. ¿Qué sucede, Josefina? dijo. El señor conde de Lemos acaba de llegar á la quinta y pregunta por vuecencia. ¡Ah! ¡mi marido! dijo la condesa.

Es verdad respondió . ¿No has muerto, pues? ¿Cómo te las has arreglado? Estoy muy contento, es decir, no mucho; Honorina está furiosa contra ti. ¿No está aquí Honorina? Ha venido a casarse con el conde. ¡Mientras me perdone! Nadie le pudo arrancar una palabra sobre la salud de la duquesa, pero en cambio habló de Honorina tanto como quiso.

Ahora bien; el Conde ni estaba enamorado, ni pensaba en casarse con nadie, ni mucho menos con Inesita: sólo aspiraba a pasar el rato; pero el Conde tenía también su moral, y no había rato, por bueno que fuese, que mereciera que él se rebajase hasta mentir y engañar a una pobre chica, haciéndola creer que podría casarse con ella.

Y el propio León avanzó hasta el medio de la estancia y se puso a parodiar, con entonación y mímica de cómico de la legua, una zarzuela muy conocida: Yo soy aquel conde de Agreda llamado, que en lides sin cuento probó su valor. Oye, nene dijo Socorro tirándole de los faldones del frac , tengo que ajustarte una cuenta.

El Conde d'Arda, que había visto nacer a la hija de su amigo y de niña la había querido como un segundo padre, en presencia de la jovencita debía haberse sentido dominar por un sentimiento distinto, más dulce y atormentador.

-En casa os las mostraré, mujer -dijo Panza-, y por agora estad contenta, que, siendo Dios servido de que otra vez salgamos en viaje a buscar aventuras, vos me veréis presto conde o gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino la mejor que pueda hallarse. -Quiéralo así el cielo, marido mío; que bien lo habemos menester. Mas, decidme: ¿qué es eso de ínsulas, que no lo entiendo?

Es del Duque del Infantado dijo el Cojuelo , cabeza de los Mendozas y Sandoval de varón, marqués de Santillana y del Cenete, conde de Saldaña y del Real de Manzanares, hijo y retrato de tan gran padre.

En lo más íntimo de su alma caviló mucho Poldy sobre todo esto, y urdió y tejió infinidad de historias, en su sentir bellísimas, con las que ella se deleitaba en secreto sin comunicárselas a nadie, ni siquiera a la anciana institutriz Justina que era su confidente. Engolfadísimo en sus estudios, el Conde Enrique no tenía voluntad ni entendimiento sino para continuarlos.

El periódico del conde de Ríos sostenía frecuentes polémicas con otro diario conservador titulado La Monarquía. Estas polémicas, un tanto ásperas, no habían rebasado hasta entonces los lindes de una cortesía más o menos ambigua.