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En quarto lugar puede colocarse el sofisma con que se pronuncia de las cosas absolutamente, debiéndose hacer con ciertas limitaciones; y cometemos este sofisma en aquel modo de razonar, con que concluimos que una cosa es de cierta manera que nosotros nos imaginamos, pudiendo ser de muy distintos modos: llámase en las Escuelas á dicto simplicitèr ad dictum secundum quid.

Barcelona, segunda capital de España, con cuatro caminos de hierro, abiertos al público hace años, con una vida industrial asombrosa, con sus innumerables fábricas de cuanto la industria conoce , con su puerto importante donde todos los dias tocan vapores de todos los paises, con sus tres teatros públicos, dos de ópera italiana, con sus doscientos treinta mil habitantes, con sus magníficas plazas y calles, sus monumentos, su prodigiosa animacion, su constante actividad, con sus buenos hoteles, sus paseos, su creciente prosperidad; Barcelona, concluimos, es una ciudad de alta significacion y de la importancia de cualquiera otra ciudad de Europa que como ella no sea capital de nacion.

Cuando nosotros la levantamos, aconsejados por él, y la concluimos, al verla tan nueva y tan linda, le propusimos que se fuera a vivir en ella, porque le debemos muchos beneficios, y que nos dejara el curato para la escuela, pero se enfadó con nosotros y nos preguntó si él valía acaso más que los niños del pueblo, y si necesitaba ocupar tantas piezas él solo.

Luego que concluimos de comer, llamamos á nuestra linda servidora, pagamos, nos levantamos y nos despedimos, empeñando palabra formal de que iriamos á comer con mucha frecuencia. En esto sale una señora de grande cara, de tez muy morena y vellosa, de pecho enorme, de vientre más enorme aún, pequeña, aplastada, casi roma, de tal manera, que más que mujer parecia una bola, una urca, una abutarda.

No bien concluímos de oir el desagradable graznido de los miles de patos que rodean las cercanías del vadeo de Pasig, cuando el panorama varía por completo. Dilatados campos sembrados de palay, se muestran por doquier. Las riberas se despojan de las verdes y poéticas bóvedas, viéndose al carabao arador que pesadamente abre el surco en que ha de fructificar el arroz.

El patrón rezaba en voz alta. Enormes goletas, únicos guardianes del cementerio, revoloteaban sobre nuestras cabezas confundiendo sus roncos gritos con los lamentos del mar. Cuando concluimos de rezar, regresamos tristemente hacia el rincón donde había sido amarrada la barca. No perdieron el tiempo los marineros durante nuestra ausencia.

Pero, ¿no sabes una cosa?, que hoy hemos tenido la gran bronca ese y yo, porque le dije aquello... ¿Lo de...? apuntó Aurora, suspendiendo otra vez el trabajo, y mirando a su amiga con intención picaresca. ... Se enfadó tanto, que concluimos mal. ¡Ay, qué pena tengo! Porque si es calumnia, figúrate, ¡qué barbaridad ir con esa historia!