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He bajado como otras veces y aquí me tiene usted hasta que el sueño pueda más que la hermosura de la noche. Hablaba con languidez, abandonándose, con temblores de voz y estremecimientos del pecho, como si la angustiase aquel perfume, comprimiendo su poderosa vitalidad.
¿Y es esa frase, que parece insignificante, la que ha provocado tal diluvio? Ciertamente... Señor cura añadió la abuela descontenta, no tiene usted corazón, sino comprende estas lágrimas. ¡Bah! respondió el cura, comprimiendo políticamente la risa, creo tenerlo un poco, aunque mis glándulas lacrimales no tengan la misma capacidad que las de Magdalena...
Pues bien, si ella no puede amarme, le dije, continuaré comprimiendo dentro de mi corazón el amor que me inspira: procuraré que no salga delante de ella ni en mis palabras, ni en mi mirada, ni en mi semblante la más leve manifestación de ese amor. Si no puedo vencerle, volveré a mis viajes. Mucho me temo que no sea ella la primera en apartarse de nosotros. ¡Cómo!
Amparo no estaba inmóvil como la noche anterior; tenía un cofrecito sobre la mesa y sacaba de él papeles escritos, que leía y ordenaba. Amparo con la cabeza inclinada sobre el pecho, lloraba leyendo aquellos papeles. Lloraba de una manera desconsoladora, comprimiendo sus sollozos.
Palabra del Dia
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