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Parecía imposible que a la larga no tuviera sor Ana noticia de la ansiosa expectación con que se esperaba esa carta, y no comprendiera su deber de entregarla a la justicia. Mientras tanto, Ferpierre no podía ocuparse más que en el drama de Ouchy y de sus autores.

Y no quiero decir con esto que al darse en las escuelas las distinciones expresadas, se comprendiera siempre perfectamente, toda la verdad, toda la delicadeza filosófica que ellas encerraban; ni que se las acompañase de todo el exámen analítico de que eran susceptibles; prescindo ahora del mérito de los hombres, y miro únicamente al fondo de las cosas; pero cuanto menor se quisiera suponer la inteligencia filosófica en los que las empleaban, tanto mas admirable se nos presenta esa augusta religion que inspira á sus defensores pensamientos fecundos, que los siglos venideros pueden desarrollar.

No te inquietes, querida mía y el señor Aubry para tranquilizar a su esposa trató de afirmar la voz: estoy mejor. Pero quisiera acostarme. Jaime, hazme el favor de telegrafiar a Juan que venga inmediatamente; lo necesito. Y como Jaime comprendiera que su padre estaba agitado por una preocupación grave, se apresuró a tranquilizarlo.

La costurera era arisca, cruel, intratable; pero el mayordomo sabía recabar de ella las pocas migajas de buen humor que tenía en el cuerpo. La requebraba brutalmente, la pellizcaba al pasar, le decía mil groseras desvergüenzas para que las comprendiera al revés.

Dimmesdale era de suyo un rico tesoro, de modo que el oyente, aunque no comprendiera nada del idioma en que el orador hablaba, podía sin embargo sentirse arrastrado por el simple sonido y cadencia de las palabras. Como toda otra música respiraban pasión y vehemencia, y despertaban emociones ya tiernas, ya elevadas, en una lengua que todos podían entender.

¡Ah! exclamó Febrer poniéndose hosco, como si comprendiera de pronto toda la importancia de tales palabras. El muchacho, satisfecho de su superioridad, continuó dando consejos. Don Jaime debía vivir en adelante menos descuidado, cerrar la puerta de su torre, no hacer caso, apenas llegada la noche, de los gritos de fuera.

La interpretación de ciertos simbolismos y la sorpresa de ver explicadas cosas que antes no comprendiera, derramaron en su alma una satisfacción tranquila, un goce exento de egoísmo, pero que llegaba a producirla cierta excitación, haciéndola experimentar aquella complacencia propia de los cerebros débiles que, al descubrir algo nuevo para ellos, piensan haber hallado lo verdaderamente extraordinario.

Yo, únicamente, que he pasado por las dos épocas, comprendo cuánta verdad encierra lo que le estoy diciendo: para que usted lo comprendiera del mismo modo, sería preciso que tocase y palpase aquello cuyo recuerdo le merece tan desdeñosa compasión; es decir, que junto á este Santander de cuarenta mil almas, con su ferrocarril, con sus monumentales muelles, con su ostentoso caserío, con sus cafés, casinos, paseos, salones, periódicos, fondas y bazares de modas, surgiese de pronto la vieja colonia de pescadores, con sus diez mil habitantes y seis casas de comercio provistas de Castilla por medio de recuas, ó de carros de violín; la vieja Santander sin muelles, sin teatro, sin paseos, sin otro periódico propio ó extraño que la Gaceta del Gobierno, recibida cada tres días.

Culto interno; aquí lo único que le falta para ser muy grande, pues para ser muy grande, hay que ser grande por fuera y por dentro; y ese hombre que revoca tan bien su fachada; ese atrevido artista que sabe derramar tanto hechizo en el frontis de su palacio, vive muchas veces en un interior mezquino y estrecho. ¡Ah! si esa privilegiada fantasía que lo idealiza todo, comprendiera por un momento la idealidad; si esa razon fecunda y ardorosa que en todo piensa, rindiese un homenaje al pensamiento; si ese orientalismo que quema tanta mirra á la materia, guardase un aroma para el espíritu; si esa brujería que hace un Dios de todas las bellezas sensuales, comprendiese á Dios en la lágrima solitaria que vierte la virtud entre cuatro paredes negras; si Salamanca fuese capaz de exhalar un suspiro, al cual no fuese unida una memoria impura; si fuese capaz de una hora de silencio y de dolor en el íntimo santuario del alma, si fuese capaz de ese culto interno, D. José Salamanca seria indudablemente el carácter más general, y acaso el más bello de su nacion y de su siglo.

El señor Molina recorría, muy caviloso, las habitaciones de la casa, y al pasar junto a su sobrina, sin atreverse a consolarla, echaba sobre ella una mirada penetrante. ¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia! murmuraba hablando consigo mismo, pero con el propósito de que ella, oyéndole, comprendiera que no le engañaba su apacible indiferencia exterior.