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Aunque sabía bien que esta embajada no daría resultados políticos importantes, aceptó, sin embargo, la oferta que se le hizo, comprendiendo que viajar con un Príncipe tan ilustrado, á quien acompañaba su amable esposa, le proporcionaría goces lícitos muy apetecibles y aprender muchas cosas interesantes.

Nieves respondió Pablo sin vacilar, y en el mismo tono de falsete. Lo sabía, y te aplaudo el gusto dijo riendo Gonzalo. ¡Qué cutis de raso!... ¡Qué dentadura! ¡Y qué andares! Pasi-corta, ¿sabes? Ambos miraban a la bordadora. Esta levantó la cabeza, y comprendiendo que se trataba de ella, les hizo una mueca con la lengua.

Guardábalos, sin embargo, con cuidado como todos los que los padecen, que son más de los que se piensa: procuraba con grandes esfuerzos refrenarse comprendiendo el ridículo que cae sobre los hombres así constituidos. Cualquiera se representará bien lo que pasaría por este muchacho cuando una mujer tan hermosa, tan coqueta y tan experimentada como Clementina se resolvió a hacer su conquista.

A mi lado no había más que dos o tres jinetes, que se hallaban en trance tan apurado como yo; nos miramos, y comprendiendo que era preciso hacer un supremo esfuerzo, arremetimos a sablazos con bastante fortuna. Con esto y el pronto auxilio de la carga hecha en el mismo instante por la caballería de España, salimos del apuro.

Las dos mujeres trataban al conde con una familiaridad de buen tono, como personas de su mismo mundo; pero el marino creyó notar en ciertos momentos que le tenían miedo. Al terminar la tarde, este personaje abandonó su asiento, y Ferragut hizo lo mismo, comprendiendo que debía poner fin á su visita. El conde se ofreció á acompañarle.

Comprendiendo que sin visitar por mismo las fábricas principales y sin estudiar con seriedad el asunto no alcanzaría resultado alguno, se resolvió a seguir la carrera de ingeniero industrial en Inglaterra.

Pasé muchas noches derramando lágrimas. Escribí a la señorita de Orleans para desengañarla y manifestarle todo mi pesar; ella me contestó mejor como amiga que como princesa, comprendiendo perfectamente la situación en que me encontraba.

Montiño notó aquella conmoción, la tradujo por amor propio á su favor, y acordándose de que Quevedo le había dicho: Importa á la reina acaso, el que volváis loca á esa mujer y comprendiendo que el servir á la reina, el sacrificarse por ella, era la mejor seducción que podía emplear para con doña Clara, se decidió á tomar á la comedianta por instrumento, y á destruir el mal efecto que le habían causado sus últimas palabras.

Por sus ojos pasó entonces un relámpago de alegría y observé que se mordió los labios fuertemente, volviendo al mismo tiempo la cabeza. ¿Qué? ¿Le hace a usted gracia el nombre de mi pueblo, verdad? le pregunté, comprendiendo lo que pasaba en su interior. Pues , señor... dispénseme usted... me hace muchísima gracia repuso, tratando de reprimir en vano las carcajadas que fluían a su boca.

Ra-Ra, como si presintiese el peligro, se puso de pie, y al fijarse en la mano del gigante adivinó su intención, gritando con voz desesperada: ¡No quiero!... ¡No quiero! Luego, comprendiendo que su resistencia resultaría inútil ante las fuerzas del coloso, apeló á la súplica: Déjela aquí, gentleman. ¿Por qué me la arrebata?