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Y en 1.º de agosto del propio año, compareció en Córdoba en presencia de otros escribanos el bachiller Ferran Romero, vicario del señor obispo, con una carta mensagera dirigida al bachiller Juan Vicario, y con ella respuesta de lo arriba espresado para que se la diera á los escribanos que habian hecho el requirimiento.

Cumplió Nuño las órdenes, y pocos instantes después compareció el rapaz ante la hermosa dama, que le recibió, como juez severísimo, con imponente autoridad y compostura. Nuño y Leonor se retiraron a una señal de la dama. Esta quedó sentada en un sillón de brazos, como si fuera tribunal o trono. El rapaz estaba de pie enfrente de ella, con ademán muy respetuoso por cierto, pero en manera alguna temeroso ni turbado. Con enérgicas palabras la dama le echó en cara su fea conducta, le amonestó para que se corrigiese, y le exigió que pidiera perdón de su culpa.

Se hizo presentar en casa de las Ozores y pidió a doña Anuncia la mano de la sobrina. Después doña Anuncia se encerró en el comedor con doña Águeda, y terminada la conferencia compareció Anita.

Ser llamado por el comisario a su despacho es algo que un agente lo recordará toda su vida: podrá olvidar a la madre, a los hijos, a la mujer, pero jamás olvidará el día y hora en que compareció ante la vista del dispensador de todos los bienes o del causante de todas las desgracias. Aquel minuto que uno tarda en atravesar el patio, equivale a una hora de emociones.

Después de año y medio de encierro, compareció ante el Consejo de guerra, confundido en un rebaño miserable de viejos, mujeres y hasta adolescentes, todos enflaquecidos y quebrantados por la prisión, con la piel blanca y mate, como de papel mascado, y ese estrabismo en los ojos que da el aislamiento. Gabriel deseaba que le matasen.

¡A ver, Anselmo! que venga Anselmo que le voy a tirar por el balcón si no me explica esto. Anselmo compareció. Tampoco había sido él. En medio de su cólera vio Quintanar en un rincón la trampa de los zorros, despedazada, inservible. ¡Esto más! ¡Vive Dios! Yo que iba a dar en cara a Frígilis.... ¡Pero, señor, quién anduvo aquí! Acudió Ana, porque llegó a su cuarto el ruido. Lo explicó todo.

«Compareció ante , Honorato Grapazi, notario residente en Pamperigouste: »El señor Gaspar Mitifio, esposo de Vivette Cornille, avecindado y residente en el lugar denominado Los Cigarrales; »Quien, por la presente escritura, vende y transfiere con todas las garantías de hecho y de derecho, y libre completamente de deudas, privilegios e hipotecas,

¡Mal lo pasaría Herrera Goya en el Santo Oficio! exclamé, al terminar la lectura del documento. No compareció, dijo Antonio. El día en que recibió este edicto, murió. ¡Cómo! ¿De qué manera? Yo creo que murió de viejo, tenía ochenta años, o del susto de hallarse en tan apurado trance; aunque te diré, puesto que todo quieres saberlo, que hay quien dice que su muerte fué trágica.

En cuyo acto compareció D. Cornelio Saavedra, y los Señores suplicaron encarecidamente pusiese en planta, sin la menor demora, los medios todos de su prudencia y celo, para hacer que se retirase de la plaza aquella gente, y que velase con los demas Comandantes sobre el órden público, quietud y sosiego del vecindario, á fin de precaver toda conmocion, y evitar cualquiera novedad y desgracia que pudiera esperimentarse en circunstancias tan arriesgadas; hasta tanto se resolvia lo mas conveniente al bien público.

Y siguió trabajando, aunque con recelo, mirando ansiosamente siempre que pasaba algún desconocido por los caminos inmediatos, como quien aguarda de un momento á otro ser atacado por una gavilla de bandidos. Le citaron al Juzgado y no compareció. Ya sabía él lo que era aquello: enredos de los hombres para perder á las gentes de bien.