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Para convencerse de la influencia, que tuvo Lope de Vega en afirmar en su terreno propio el arte dramático español, basta comparar la forma de su diálogo con la de sus predecesores. Si consultamos las obras de Juan de la Cueva y de Virués, á las cuales siguen inmediatamente las suyas, ¡cuán inflexible nos parece el estilo de los primeros, y cuán poco apropiado al que exige el drama!

Tres expediciones, salidas de los puertos de Francia y España, bajo los inmediatos auspicios de Luis XV y de Felipe V, se dirigieron al ecuador y al polo, para medir y comparar los arcos del meridiano.

Á esta representacion imaginaria se puede comparar el conocimiento discursivo, por el cual no vemos el objeto en mismo, sino que lo construimos en cierto modo con el conjunto de ideas que por medio del discurso hemos enlazado, formando de ellos el concepto total representante del objeto.

El Filipino acepta la civilización y vive y se mantiene en contacto con todos los pueblos y en la atmósfera de todos los climas. El aguardiente, ese veneno que extingue á los naturales de las islas del Pacífico, no tiene poderío en Filipinas; antes por el contrario, parece que los Filipinos se han vuelto más sobrios, á comparar su estado actual con el que nos pintan los antiguos historiadores.

Da gloria de Dios el verla. Y no estos costurones ... ¡más mal asentaos! Pero, condenao, ¿cómo quieres comparar aquel paño tan fino con este mahón de á tres reales? ¡Qué mahón ni que ocho cuartos!

La vieja fue detrás de él, gritando: «Aguarda, aguarda, mala sangre. No creas que te me escapas. Yo también tengo buenos remos». Al quedarse sola, Isidora estuvo largo tiempo pensando en su infeliz hermano, y decía: «¡Imbécil, imbécil!... Así no sentirá nada... Y yo, cada vez con más talento para pensar, para comparar... ¡Qué desgraciada soy, y él qué feliz!».

Con este método, su pequeña república era una balsa de aceite; mas cuando, por una rara casualidad, dejaba de serlo, yo no á qué comparar el aspecto que tomaba la cátedra, sino al de una jaula de leones en el momento en que el terrible y severo domador esgrime entre ellos el sangriento látigo, y los humilla y arrincona amontonados y gruñendo.

Mas en aquel mundo de fantasmas, mis ideas, no me daban ni un momento de reposo, y a poco recaía en poder de ellas. Y así discurriendo por las regiones de lo vago, y tratando de comparar ciertas impresiones mías con otras de las de mis heroínas preferidas, vi hacerse la luz sobre un importante punto. Descubrí que estaba enamorada y que el amor es la cosa más encantadora del mundo.

Todo lo que hay en usted de recto, de bueno, lo tiene ella de inconsciente, de voluble... o de qué yo... Porque le repito que no quiero hablarle mal de ella. ¡Pero no haces otra cosa, Charito! exclamó Lucía. ¡No! No hablo mal de ella, digo lo que es, sin censurarla. Yo tampoco soy una santa. Entonces no exageres así. Si nos pusiéramos a comparar ¿qué dirías de ? Es muy distinto.

La idea de Teodoro Golfín era exacta al comparar el espíritu de Nela con los pueblos primitivos. Como en éstos, dominaba en ella el sentimiento y la fascinación de lo maravilloso; creía en poderes sobrenaturales, distintos del único y grandioso Dios, y veía en los objetos de la Naturaleza personalidades vagas que no carecían de modos de comunicación con los hombres.