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-Eso pido, y barras derechas -dijo Sancho-: denme de comer, y lluevan casos y dudas sobre , que yo las despabilaré en el aire. Cumplió su palabra el mayordomo, pareciéndole ser cargo de conciencia matar de hambre a tan discreto gobernador; y más, que pensaba concluir con él aquella misma noche haciéndole la burla última que traía en comisión de hacerle.

No hay aquí mucho trabajo, pero bueno es que sepa usted, amigo mío, ¡que aquí no se pierde el tiempo! Puede usted ordenar lo que guste... respondí, sentándome en una silla de ojo de perdiz, muy vieja y vacilante. Vendrá usted a las ocho de la mañana, en punto, como ahora. A las ocho... ¿me entiende usted? ¡En punto! Saldrá usted a la una, hora de ir a comer.

La preferencia de sus hermanos por el sencillo, altivo y rudo Cristián, influyó seguramente en miss Maud, pues desde que, una semana antes, llegó el Magic, fué á visitarle dos veces é invitó á Cristián y Marenval á comer en casa de su padre.

A las dos a comer. A las tres al Círculo Mercantil a comenzar con tres de los indianos, que formaban el núcleo de aquella sociedad de recreo, el clásico chapó, que se prolongaba ordinariamente hasta las cinco.

Pero como él no es sino un humilde auxiliar de la clase de quintos, «eso de comer» a ciertas alturas mensuales, generalmente no pasa de ser una hipérbole absurda.

No hay para ella más recurso que comer de su belleza. Pero en esto mismo hay distintos grados de ignominia. No empieces a hacerte cruces, hija. Las cosas hay que tomarlas como son; otra cosa es empeñarse en sostener una filosofía cursi. Yo le dije: «bueno, pues te pongo una casa, y arréglatelas como puedas...». No, si no es para que hagas tantas cruces, lo repito.

Admiráronse los hombres, así de la figura como de las razones de don Quijote, sin entender la mitad de lo que en ellas decir quería. Acabaron de comer, cargaron con sus imágines, y, despidiéndose de don Quijote, siguieron su viaje.

En el comedor de los Extranjeros del Club Automóvil, los convidados estaban acabando de comer. Eran las diez de la noche y los jefes de comedor servían el café. Los mozos se habían retirado y en el salón contiguo estaban preparadas las cajas de cigarros para los fumadores.

Doña Ramona la ocupaba todos los días, dos horas antes de comer y tres antes de cenar. En su casa se comía a la antigua española. En esta salida, al cabo de veinticinco años de escondite, se puso doña Ramona, por primera vez en su vida, en contacto y roce con el mundo.

"Señor, de , dije yo, ninguna pena tenga vuestra merced, que pasar una noche y aun más, si es menester, sin comer." "Vivirás más y más sano", me respondió. "Porque, como decíamos hoy, no hay tal cosa en el mundo para vivir mucho que comer poco." "Si por esa vía es, dije entre , nunca yo moriré, que siempre he guardado esa regla por fuerza y aun espero en mi desdicha tenella toda mi vida."