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Se mantenía derecha e inmóvil en el ángulo de una ventana, los brazos cruzados, la cabeza inclinada, y casi no se daba cuenta de la curiosidad que su presencia comenzaba a excitar.

Güeno que te trates con el señorío, pero piensa que los probes te quisieron siempre, y que ya hablaban contra ti, creyendo que los desprecias. Demasiado lo sabía el torero. El tumultuoso populacho que ocupaba en la plaza de Toros los tendidos de sol comenzaba a mostrar cierta animosidad contra él, creyéndose olvidado.

Una aprensión, quizás una añoranza, algo sólo apreciable en los efectos, comenzaba a interponerse entre nosotros como síntoma primero de desilusión. Nada en concreto, sólo un conjunto de discordancias, de desigualdades, de diferencias, que la transfiguraban de cierta manera, y le prestaban el singular encanto de las cosas que el tiempo o la razón nos disputan y que se van.

Muchas tardes en el Congreso, oyendo al jefe que desde el banco azul contestaba con voz incisiva a los cargos de las oposiciones, su cerebro, como abrumado por el incesante martilleo de palabras, comenzaba a dormirse.

Si cuando chicos no les maleó el exceso de libertad, de grandes no les doblegó la desgracia; ni tampoco intentaron, por salir de apuros, vadear malamente aquella torcida corriente de su vida que comenzaba a encresparse.

No lo creo replicó sonriendo el hidalgo. Es un libro puramente expositivo, sin intención alguna polémica. En esta confianza se llevó a su casa el tomo primero y se puso con afán a leerlo. Comenzaba con una descripción elocuentísima del mundo sideral, del panorama de las grandezas celestes. El autor desenvolvía con pluma vigorosa el mecanismo inmenso de los cuerpos que giran en el espacio.

Transcurrieron las horas y comenzaba a ocultarse el sol, sin que la muchedumbre supiese con certeza qué aguardaba y hasta cuándo iba a permanecer allí. El tío Zarandilla iba de un grupo a otro para satisfacer su curiosidad.

No hay nada más vacío, más inquieto y más miserable que la existencia de una mujer que sólo vive para el placer. La ambición que la había sostenido desde su matrimonio, comenzaba ya a abandonarla; era como la caña hendida que se doblega bajo la mano del viajero.

En algunas de estas simas se sentía el viento, que movía las florecillas de la entrada; en otras se oía claramente el estrépito de las olas. Saltábamos de peña en peña, y solíamos avanzar hasta los peñascos más lejanos; pero cuando comenzaba a subir la marea teníamos que correr, huyendo de las olas, y a veces descalzarnos y meternos en el agua.

"Hoy se ha marchado pensaba sin saber a qué atenerse con respecto a ... Desgraciadamente, yo estoy en el mismo caso"... Y comenzaba a dudar de la pasión presentida. ¿O andaría él tal vez enamorado de Laura...?