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Arrímeme a la pared por darles lugar y, desque el cuerpo pasó, venía luego a la par del lecho una que debía ser mujer del difunto, cargada de luto, y con ella otras muchas mujeres; la cual iba llorando a grandes voces y diciendo: "Marido y señor mío, ¿adonde os me llevan? ¡A la casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y oscura, a la casa donde nunca comen ni beben!"

Esto no tiene vuelta de hoja, Martínez... Los ingleses devoran, los alemanes zampan, los italianos comen, los españoles se alimentan; pero sólo los franceses gozan, y ahí está el quid, Martínez: en gozar, en gozar comiendo. ¿Me entiende usted?

Y el domingo, se le fue encima a Loppi, que volvía con su morral a cuestas. ¡Mal marido, mal hombre, mal compañero! ¡que me vas a matar a pescado! ¡que de verte el morral me da el alma vueltas! Y ¿qué quieres que te traiga, pues? dijo el pobre Loppi. Pues lo que comen todas las mujeres de los leñadores honrados: una sopa buena y un trozo de tocino.

Atribuyo la mayor facilidad en consumirse los huesos de los indios a que no comen sal, porque no la tienen; no si erraré el pensamiento.

Nuestro lecho es de záfiro. Sustentamos diariamente á treinta mil personas, ademas de muchos huéspedes forasteros, y todos reciben cotidianamente pensiones de nuestra cámara para mantener sus caballos y para otros menesteres. Comen diariamente á nuestra mano derecha doce arzobispos, á nuestra izquierda veinte obispos, ademas del patriarca de Sto.

La exaltacion intelectual y física, el delirio y el furor, son efectos inmediatos del agárico á dósis elevadas; son efectos tóxicos tales como los buscan ciertas poblaciones del Norte que le comen para proporcionarse cierta especie de embriaguez, como los orientales toman el haschisch y fuman el opium.

11 Y estas cosas les acontecieron como figura; y son escritas para nuestra amonestación, en quien los fines de los siglos ha parado. 14 Por lo cual, amados míos, huid de la idolatría. 15 Como a sabios hablo; juzgad vosotros lo que digo. 18 Mirad a Israel según la carne; los que comen de los sacrificios ¿no son partícipes del altar?

Don Gonzalito diría: ¡Yo quiero los ojos! ¡Y cómo le habían de chascar bajo los dientes! ¡Y se matarían disputándoselos! Los huesos serían para los canes. Los canes no comen a los amos. ¿Y pueden los hijos comer a los padres, mi señor? ¡A me comieron el corazón! Aun cuando lo arrancaren del pecho con los dientes, vuelve otro a nacer. Retoña como un verde laurel... ¡No hay que tener miedo!

Aquí la gente se vuelve para mirarse por la espalda como si todos fuesen seres raros o admirables; delante de cada ciego que toca la guitarra hay una muchedumbre apiñada; las señoras pasan la vida averiguando lo que comen sus vecinas y los caballeros cuánto ganan sus amigos; la juventud se ocupa en descifrar las charadas o en contestar a las preguntas que proponen los periodiquitos ilustrados: «¿cuál es el mejor literato? ¿cuál es el torero más bruto?», etc.

Todos van 30 con ella; pero ella los conduce a su cubil. Aquí la zorra y sus cachorros se comen el pobre pollo y la gallina y el gallo y el pato y el ganso y el pavo. Los pobres no van al palacio y no pueden informar al rey que el cielo ha caído sobre la cabeza del pobre pollo. 35 En Extremadura vivía un hombre. El hombre era rico. Era muy rico.