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Con gran pesadumbre comprendía el devoto anticuario que el contraste del lugar sagrado con las insinuaciones talares de la Fandiño, en vez de apagar sus fuegos interiores, era alimento de la combustión que deploraba, como si a una hoguera la echasen petróleo.... Entraron en la capilla del Panteón. Era ancha, obscura, fría, de tosca fábrica, pero de majestuosa e imponente sencillez.

Se doblaba la hoja. No había que pensar en el préstamo. A la estúpida pregunta del veraneo contestó la señora con la primer sandez que se le vino a la boca. En aquel momento sentía tanto calor que se habría echado en remojo para impedir la combustión completa de su cuerpo todo. «Hija, hace aquí un bochorno horrible». Espere usted, entornaré las maderas para que entre menos luz.

Sólo quedaba el pedrusco férreo, el terrón rojo, la tierra codiciada por el hombre, que parecía haber ardido con interna combustión. A trechos quedaban algunos jirones de suelo verdeante. Crecía la hierba allí donde se amontonaban las vagonetas volcadas, las plataformas carcomidas, delatando una explotación abandonada.

En el centro de la estancia una lámpara de bronce, pendiente del techo por una cadena, derramaba luz más viva, clara e intensa que la producida por la combustión de la cera y del aceite. Casi debajo de la lámpara había un atril y en el atril un gran libro manuscrito en pergamino. El Padre Ambrosio se acercó al libro y dijo: Esta es la Alegoría de Merlín.

Y qué, ¿no podremos jamás sacar de su estado latente ese fluido imponderable y sutil, sin la combustión de muchas sustancias? ¿No llegaremos nunca a producir el fuego que mueva nuestras máquinas, sin tener que consumir toda la Flora exuberante y gigantea de las edades primitivas, y a conservar el calor vital sin destruir tantas formas, y sin devorar tantos seres?

Quería decir una combustión instantánea, solución exacta y verdadera de la muerte de Kernok, dada por un médico de Quimper, hombre muy entendido, al que se había enviado a buscar un poco demasiado tarde. ¿Y eso no le hace temblar, señor Durand? dijo Grano de Sal que veía con pena al ex artillero-cirujano-calafate tomar la misma dirección que su difunto capitán.

Pero en medio de su inmensa tarea, no cesaba de tener corazonadas pesimistas, y exclamaba con tristeza: «¡Si me parece mentira!... ¡Si yo no he de verlo!...». Y este presentimiento, por ser de cosa mala, vino a cumplirse al cabo, porque la alegría inquieta fue como una combustión oculta que devoró la poca vida que allí quedaba.

Su abuelo había sido un empedernido ateo partidario de Voltaire y la Enciclopedia que a última hora se había entregado a la embriaguez, y según la conseja del pueblo fue arrastrado un día por los demonios al infierno. En realidad murió de combustión espontánea, lo que pudo dar pábulo a semejante fábula.

Rechinó tenuemente el vello de toda su piel: hirvió su carne con el chirrido intenso y discorde de todo cuerpo húmedo que cae en el fuego. Respira fuego, bebió fuego, se convirtió en fuego sensible y animado con los dolores de su propia combustión. Quiso gritar: la llama no conduce el sonido. Quiso huir: no tenía movimiento, no tenía cuerpo, no era más que una mecha.

La sangre venosa, expulsada del corazón á los pulmones, se renueva al contacto del aire; se limpia de todos los productos impuros de la combustión interior, y, recibiendo de fuera el alimento de su propia llama, puede emprender de nuevo su viaje desde el corazón á las extremidades, llevando el calor de la vida desde las mayores á las más pequeñas arterias.