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De la índole nativa depende que este crecimiento sea en buen o mal sentido, y es evidente que los colosos del trabajo, así como los grandes criminales, han nutrido su espíritu en una niñez solitaria. El árbol salvaje, juguete de los vientos en deshabitado país, adquiere un vigor notorio.

Tengo la certeza de que en todas las literaturas antiguas fueron muchos los relatos sobre países de pigmeos y países de colosos. ¿Qué pueblo no contó historias de gnomos minúsculos, de vida misteriosa, y gigantes que para contemplar á uno de nuestra especie necesitan colocarlo sobre la palma de una mano?... Voltaire se inspiró en Swift para crear su Micromegas, y sería muy largo el relato de todos los novelistas y cuentistas que imitaron más ó menos directamente este género de fantasías.

Los tales cilindros de papel contenían, sin duda alguna, cierta materia que los colosos llamaban «tabaco». En otros tiempos lo guardaban en polvo dentro de cajas de concha; ahora lo comprimían en forma de cabelleras vegetales bajo una envoltura de papel. Vió cómo el rector, que indudablemente tenía también noticias de esto, daba explicaciones á los señores del Consejo.

Y por en medio y encima de todo eso, se abre un cielo esplendoroso, y á lo léjos, al oriente, se alcanza á ver, sobre un enjambre de colosos de granito coronados de hielo, la cúpula del Monte-Blanco, digno baluarte de dos grandes naciones, Italia y Francia, soberana de aquel mundo de magníficos horrores que llaman los Alpes!

En el agua aparecieron los gigantes pacíficos. La leche del mar, su aceite, superabundaba; su cálida grasa, animalizada, fermentaba con inaudito poderío, quería vivir. Hinchóse, pues, tomó forma orgánica en esos colosos, niños mimados de la Naturaleza, dotándolos de fuerza incomparable y de lo que vale más todavía, de preciosa y ardiente sangre roja. Y la ballena fué hecha.

El recién llegado era nada menos que D. Antonio Salabert, duque de Requena, el célebre Salabert rico entre los ricos de España, uno de los colosos de la banca y el más afamado, sin disputa, por el número y la importancia de sus negocios. Había nacido en Valencia. Nadie conocía a su familia.

El docto Rodrigo Caro nos dice, también, que en la insigne Casa de Pilato reunieron sus dueños «muchas efigies de marmol de príncipes y varones insignes antiguos y dos grandes colosos de la diosa Palas y otra multitud de estátuas y despojes de la antigüedad y el Excelentísimo Duque Don Fernando Enriquez Afan de Rivera que hoy posee esta casa, ha juntado una gran librería y en ella tantos volúmenes de todas ciencias y letras humanas, manuscritos y medallas antiguas que compite con las más insignes del mundo

Permaneció mucho tiempo mirando fijamente aquellos colosos de argamasa, hasta que por fin se dio cuenta de que algunos chicuelos del barrio formaban círculo en torno de él, contemplándolo con curiosidad, tomándole, sin duda, por uno de esos viajeros que para el vulgo han de ser forzosamente ingleses.

Unos dicen que anduvo por aquel mundo monstruosamente grande, de feria en feria, siendo exhibido en circos y barracas como una curiosidad nunca vista, y que sus viajes le sirvieron para conocer los diversos pueblos en que se hallan divididos los colosos.