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¡Ajá! exclamé mirándola con mucha atención, porque precisamente pasaba entonces por delante de nosotros. La mozona, que debió presumir algo de lo que tratábamos el Tarumbo y yo, se puso muy colorada y se sonrió, bajando los ojos al darnos los buenos días. Alabé de corazón el buen gusto de Chisco, y no me expliqué bien el del Topero. Pues ¿qué demonios quiere para su hija? pregunté al Tarumbo.

La miró Sebastiana con malicia, al mismo tiempo que una sonrisa bondadosa dilataba su rostro carrilludo y cobrizo. ¿Ya tiene celos, niña?... No se ponga colorada por eso. A todas nos pasa lo mismo cuando queremos á un hombre. Lo primero que pensamos es que alguna nos lo va á quitar... Pero aquí no hay motivo. Usted es una perla, patroncita.

Se puso muy colorada cuando Segismundo le dijo esto: «Doña Lupe me ha dado un recadito para usted. Me ha encargado decirle si quiere que le avise a D. Francisco de Quevedo... Es hombre que sabe su obligación; muy cuidadoso y muy hábil...». No , veremos... lo pensaré... todavía... balbució ella cortadísima, bajando los ojos. ¿Cómo todavía? Me ha dicho doña Lupe que será en Marzo.

El canal de la boca se distingue por la corriente colorada que se nota en medio de aguas quebradas encima de los bancos.

Yo me eché a reír, adivinando que se figuraba que todos los gallegos eran criados o mozos de cuerda. Se puso un poco colorada y dijo: No es por nada malo... no crea usted que yo quiero rebajarlos. En los días sucesivos observé que el sentimiento de conmiseración por la desgracia de haber nacido en Galicia no se desvanecía, mostrándome cierta simpatía y benevolencia no exentas de protección.

Todo lo que digo es que es un lindo animal, y sólo al verlo a cualquier persona razonable se le llenan los ojos de lágrimas. Pues es la vaca que yo purgué, sea como sea prosiguió el herrador colérico , y era la del señor Lammeter; si no es así, habéis mentido al decir que era una vaca colorada de Durham.

Pero para terminar las explicaciones que me propongo dar sobre el color colorado iniciado por Facundo e ilustrar con sus símbolos el carácter de la guerra civil, debo referir aquí la historia de la cinta colorada que hoy sale ya a ostentarse afuera. En 1820 aparecieron en Buenos Aires con Rosas los Colorados de las Conchas; la campaña mandaba ese contingente.

¡Sentémonos!... ¡Bebamos! exclamó el doctor Lorquin ; ésta es la corona de la fiesta. ¡Ah, querido Gaspar, cuán contento estoy de verte sano y salvo! decía Hullin . ¡Eh!, ¡eh!, sin que esto sea adularte; más me agrada verte así que cuando tenías la cara redonda y colorada. ¡Ahora estás hecho un hombre, pardiez!

¡Mamá, qué colorada estás! le dice Venturita, su hija menor, pugnando para no reir. La madre la mira con expresión de angustia. Calla, Ventura, calla. dice Cecilia. Doña Paula, animada con estas palabras, murmura: Esta chiquilla no goza sino en avergonzarme. Y estuvo a punto de enternecerse y llorar.

¿Y el pobre calzonazos dio su permiso? dijo Visita, colorada de indignación . ¡Qué maridos de la isla de San Balandrán! añadió acordándose del suyo. La Marquesa no acababa de santiguarse. «Aquello no era piedad, no era religión; era locura, simplemente locura.