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Según me han dicho ahí en la posada, usted es la única persona que visita a mi marido... Yo le suplico, por lo más sagrado, ya que es usted su amigo, que intervenga para que termine nuestra separación. Lo deseo hace mucho tiempo con ansia... Confieso que no he sido buena para él... , ; lo todo interrumpió el clérigo con impaciencia. La dama se puso fuertemente colorada.

Clementina la miró con sorpresa: ¿Esas tenemos?... Conque después que has sido la que.... Es que, señora articuló Estefanía poniéndose todo lo colorada que permitía su tez , si ahora le despide, me van los demás a tomar ojeriza. ¿Y a ti qué te importa? La doncella insistió con muchas veras y cada vez con palabras más suplicantes y persuasivas. La señora negó poco tiempo.

Mira, hija, yo te quiero mucho, y como señora tuya y amiga te aconsejo que le hables clarito, que le cuentes tus faltas y caídas. Así el buen señor no se llamará a engaño, si andando el tiempo descubre lo que ahora le ocultaras. No, Nina, no; hija mía, dile todo, aunque se te ponga la cara muy colorada, y se te congestione la verruga que llevas en la frente.

Porque también eso es de estilo aquí. ¡Pues me gusta! Y es usted recién venida, y el objeto de la pública curiosidad, y sevillana, y rica, y una Bermúdez del solar de Peleches, y sobre todo... ¡canario! ¿por qué no ha de decirse? guapa; pero ¡muy guapa! ¿A que al fin me la va usted a echar a perder, canástoles? Por de pronto, ya me la puso usted colorada... ¡Semejante soldadote!

Doña Josefa trajo del desván un saquito de noche. Esto es muy pequeño, señora. Aquí no cabe nada. ¿Cómo pequeño?... preguntó el ama, estupefacta. Aquí cabe ropa para una porción de días. ¿Cuánto tiempo ha de estar por allá el señor excusador? Poco, poco se apresuró a decir con manifiesta turbación, poniéndose colorada.

La otra comenzó a reír de tan buena gana, que le dirigí una rápida y no muy afectuosa mirada. Pero no se dio por entendida; siguió riendo, aunque para no encontrarse con mis ojos volvía la cara hacia otro lado. Hermana San Sulpicio, mire que es pecado reírse de los disgustos del prójimo le dijo la madre. ¿Por qué no imita a la hermana María de la Luz? Esta se puso colorada como una amapola.

Rosas a los veinte años reviste al fin la ciudad de colorado: casas, puertas, empapelados, vajillas, tapices, colgaduras, etc., etc. Ultimamente consagra este color oficialmente y lo impone como una medida de Estado. La historia de la cinta colorada es muy curiosa.

Quise correr para echar de la casa a la persona que hacía tanto ruido, pero, al abrir la puerta, me tropecé con ella. A la primera mirada reconocí esa cara colorada e hinchada, esos ojillos perversos. ¡Quién podía ser sino ella, la mejor de todas las tías y de todas las madres! ¡Al fin exclamé para mis adentros, al fin voy a verte de frente, mis ojos en los tuyos!

Pero a la semana justa, en cuanto vio en la mesa el tocino y la sopa, se puso colorada de la ira, y le dijo a Loppi con los puños alzados: ¿Hasta cuándo me has de atormentar, mal marido, mal compañero, mal hombre? ¿que una mujer como yo ha de vivir con caldo y manteca? Pero ¿qué quieres, amor mío, qué quieres? Pues quiero una buena comida, mal marido: un ganso asado, y unos pasteles para postres.

Don Fermín, risueño, mojaba un bizcocho en chocolate; Teresa acercaba el rostro al amo, separando el cuerpo de la mesa; abría la boca de labios finos y muy rojos, con gesto cómico sacaba más de lo preciso la lengua, húmeda y colorada; en ella depositaba el bizcocho don Fermín, con dientes de perlas lo partía la criada, y el señorito se comía la otra mitad. Y así todas las mañanas.