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Pero, mujer, ¿no te advertimos Aguado y yo?... Aguado hablaba de perder la criatura, no de perderme yo. ¡Dios mío! Yo no me muevo; pariré aquí, en esta aldea... me moriré aquí... Yo no doy un paso más.... Costó gran trabajo meterla en el coche.

Gallardo, siempre pálido y risueño, saludaba, repitiendo «muchas grasias», conmovido por el contagio del entusiasmo popular y orgulloso de su valer, que unía su nombre al de la patria. Una manga de «golfos» y greñudas chicuelas siguió al coche a todo correr de sus piernas, como si al final de la loca carrera les esperase algo extraordinario.

Los guantes de cabritilla son coetáneos de la escarapela en los señores de los pescantes y el clat en los señores de los salones. Antes en Manila se conocía al dueño de un coche por su cara, hoy se le conoce por su cochero, que viene á ser el alias ó seudónimo da su amo ... ¡Manila progresa!

Diciendo esto, levantó uno de los cojines del coche; metió debajo su manta enrollada para que formase cabecera, alzó el brazo de sillón que dividía los dos cojines, y añadió: ¡Una cama pintiparada!

Al entrar en Madrid hubo que perder cuatro minutos encendiendo los faroles, y un poco más allá los empleados del resguardo detuvieron de nuevo al coche para registrarlo todo de arriba a abajo... ¡Qué desesperación! ¡Qué feos y qué tontos eran aquellos hombres!

¡Mardita sea!... Pero ¿por qué sirban? ¿Han estao acaso en la corría?... ¿Les ha costao el dinero?... Una piedra dio contra una rueda del coche. La pillería vociferaba junto al estribo; pero llegaron dos guardias a caballo y deshicieron la manifestación, escoltando después por todo lo alto de la calle de Alcalá al famoso Juan Gallardo... «el primer hombre del mundo».

Después de comer trajeron los caballos del coche, les obligaron a montar en ellos, y custodiados por toda compañía tomaron el camino de Logroño.

Hola, chiquita dijo avanzando hasta Clementina y tomándole la barba como se hace con los niños . ¿Estás aquí? No he visto tu coche abajo. He salido a pie, papá. Es un milagro. Si quieres, puedes llevarte el mío. No; tengo deseos de caminar. Estoy estos días muy pesada. El duque de Requena había prescindido de todos los presentes y hablaba a su hija con toda la afabilidad de que era susceptible.

Miss Harvey subió en el coche y los dos franceses continuaron su paseo como si no tuvieran motivo alguno de preocupación, admirando los lujosos trenes que empezaban ya á circular por las verdes praderas del parque. El hotel Harvey es un hermoso edificio estilo Luis XVI, edificado por el duque de Sommerset y que el americano pagó á buen precio.

Este poder moderador entre la indisciplina de los hijos y la absoluta autoridad del padre, no se hizo sentir nunca en vida de aquella buena mujer, víctima ella misma y culpable inconsciente de las desventuras de la familia. En la esquina había un coche y alguien dentro que la esperaba. Se cerró la portezuela, y andando, coma había dicho Bernardino.