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La puerta de los Apóstoles, vieja, rojiza, carcomida por los siglos, extendiendo sus roídas bellezas á la luz del sol, formaba un fondo digno del antiguo tribunal: era como un dosel de piedra fabricado para cobijar una institución de cinco siglos.

Las dádivas que Sevilla hizo á sus Reyes y á las personas de su numeroso séquito, capellanes aposentadores, reposteros de camas, trompetas, mozos de espuelas, reyes de armas, ballesteros de maza, cetreros, reposteros de capilla, monteros de espinosa, reposteros de plata, mozos de cámara y coperos; los enormes dispendios causados para la compra de las telas de brocados, sedas, terciopelos con que fueron ataviados los señores del Concejo, las que se invirtieron en el riquisimo palio que había de cobijar á los monarcas, y por último, lo que se gastó en lidiar toros y en las justas, montó más de 200000 maravedises y de todo, al por menor, dimos noticia en nuestro folleto «Los Reyes Católicos en Sevillapor lo cual omitimos su repetición, pues, nos proponemos consignar en este artículo solamente datos inéditos.

Las dos torrecillas del colegio se levantaban agudas y airosas como flechas disparadas contra el cielo azul, sereno y radiante, que suele cobijar a Madrid en los primeros días de junio.

Algunas higueras llegaban a tener centenares de sostenes, y se extendían como una inmensa tienda verde destinada a cobijar un sueño de gigantes. Eran cenadores naturales, en los que podía ocultarse casi un pueblo. El fondo del horizonte estaba cerrado por montañas cubiertas de pinos con grandes calvas de tierra roja. Entre el obscuro follaje se elevaban columnas de humo.

La barretina colorada sufrió un fuerte temblor y se dispuso a cobijar un enjambre de pensamientos tenebrosos y lúbricos. Mas como hombre experto y precavido, guardó sus ideas, contrarias a la unidad de la familia, debajo de la barretina, y aparentó no fijar la atención en la presa y dejar que tranquilamente fuese y viniese a su buen talante.

D. Luis se quitó su sombrero, se hincó de rodillas al pie de la cruz, cuyo pedestal le había servido de asiento, y rezó con profunda devoción el Angelus Domini. Las sombras nocturnas fueron pronto ganando terreno; pero la noche, al desplegar su manto y cobijar con él aquellas regiones, se complace en adornarle de más luminosas estrellas y de una luna más clara.