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No obstante, para que una decisión de la voluntad sea válida, importa que la voluntad esté previamente ilustrada por el entendimiento acerca de aquello sobre lo cual decide. ¿Crees que Clarita sabe lo que quiere y por qué lo quiere?

Doña Blanca escuchó impasible, y al parecer muy sosegada, todo el sermón del buen fraile. Al ver que no seguía, dijo, después de un instante de silencio: Aun conviniendo en que casarse con un hombre de bien, lleno de afecto y de juicio, fuese una penitencia, fuese una cruz, Clarita la debiera llevar y resignarse.

Apenas conozco á V. Esta es la séptima ó la octava vez que le hablo. Á Clarita la he visto hoy por segunda vez en mi vida. Sin embargo, el bien de Clarita y el de V. me interesan mucho. Atribúyalo V. á un absurdo sentimentalismo; al afecto que profeso á mi sobrina Lucía, que llega á Vds. de rechazo; á lo que V. quiera.

Estoy seguro de que no logrará V. más que ver á Clara en la iglesia, con más angustia que deleite por parte de la pobre muchacha. Y esto mientras Doña Blanca no descubra nada. El día en que descubra Doña Blanca su juego de V., será para Clarita un día tremendo y V. no volverá á verla. Váyase V., pues, á Sevilla. ¿Y qué ganaré con irme?

Clarita y otras niñas de la escuela creían á pie juntillas que la madre Angustias no tenía ojos, y que todas sus facultades ópticas residían en aquellos dos temibles vidrios verdes, engastados en una armazón rancia y enmohecida; y acontecía que para imitarla cortaban dos redondeles de papel verde del forro del catecismo y se lo pegaban con saliva en los ojos, con lo cual se morían de risa.

Llegó el verano. Solemnizóse el primer aniversario de la muerte de Doña Blanca con llanto y con misas y otras devociones. El escrúpulo de faltar á la promesa de ser monja se borró al fin de la mente de Clarita. Su madre, al morir, la había absuelto de la promesa. El amor inspirado y sentido la excitaba á no cumplirla.

Sigue bien de salud contestó Doña Clara; pero, entregada como nunca á sus devociones, apenas se deja ver de nadie. ¿Y el Sr. D. Valentín, está bueno? Gracias á Dios, lo está, dijo Clara. Se ha retirado ya de la magistratura añadió Lucía; ha heredado los cuantiosos bienes de su hermano el mayor, que murió sin hijos, y vive aquí, donde tiene su mejores fincas, de que Clarita es única heredera.

Salomé se colgó en la muñeca de la mano izquierda un ridículo, donde puso, además de sus espejuelos, un frasquito de esencia y otras baratijas. ¿Y dejamos aquí á ese joven? dijo Paz, mirando á su hermana con estupor. ¿Cómo? No es posible contestó la del ridículo con espanto. Si queda Clarita en casa.... ¡Qué horror! Hay que llevar con nosotras á ese joven.... Pero ¿qué dirán?...

Comprendiendo tarde, ¡al perderla! cuánto amaba a Clarita, me volví desesperado a la estancia.

Ya lo creo. ¿No es bastante rezar una vez? Si es usted una perfecta santa. ¿No le parece á usted que es bastante una vez? preguntó Paula con mucha, ansiedad. ; y debe usted tratar de reponerse. ¿Cómo ha dicho usted, Clarita? ¿Reponerme? Veo que sabe usted dar muy buenos consejos. Reponerse, ... Distraerse un poco.... Salir....