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El Comendador se mostró consternado, se quedó mudo. El fraile añadió: Clarita es una santa. Allí la dejo cuidando á su madre. No para qué todas estas desazones. La chica está resuelta, firmemente resuelta. Todo es inútil. Bien hubiera podido evitarse tu endemoniada conversación con la madre. Tiempo es de evitar aún que te arruines á tontas y á locas.

Esta mujer, con el auxilio de la religión, puede regenerarse y llegar á ser una santa; pero de quien niega á Dios ó le aborrece, del empedernido de toda la vida, ¿qué esperanza es lícito concebir? Clarita y D. Valentín se compungieron y amilanaron con el sermón de Doña Blanca, y nada supieron contestarle.

Tal trabajo no podía tomarle su madre. Sólo el P. Jacinto podría persuadir á Clarita á que se retirase al claustro.

¿Y no averiguó usted más? ¡Buena soy yo para dejarme las cosas a medio hacer! Fui también a la calle del Puerto, hice hablar a la portera, y... ¡ay, doña Manuela, qué cosas supe! Parece imposible que se consienta la vida de unas mujeres así. La tal Clarita es una perdida, ¿sabe usted, doña Manuela? Lo repito tal como me lo dijo aquella mujer. ¡Válgame Dios, y qué cosas me contó!

Barragán se sentó y a su lado Tristán. Aquél volvió a pasear una mirada salvaje por la estancia y sonriendo ferozmente preguntó con la mayor finura: ¿Cómo está usted, Tristanito? Bien, ¿eh? ¿Y Clarita? ¿y el niño? Me alegro, me alegro muchísimo. Una vez enterado de la salud de todos pensó Tristán que el paisano pasaría a explicarle el asunto serio que allí le traía. Pero no fue así.

Clarita tiene un entendimiento muy sano, un natural excelente: pero, no lo dudes, á fuerza de dar tormento á su alma para que confiese faltas en que no ha incurrido, pudiera un día torcer y dislocar los más bellos sentimientos y convertirlos en sentimientos pecaminosos; pudiera concebir del escrúpulo de su conciencia, inquisidora del pecado, el pecado mismo que antes no existía.

Pero desechando el disimulo, recelo que V. no me instruye tanto sino para no responder á mis preguntas sobre sus proyectos de V. acerca de Clarita.

Pues bien, amigo D. Carlos, es menester que V. se persuada de que Clarita, de cuyo amor hacia V. estoy convencido, está criada con tan santo temor de Dios y con tan grande, y hasta si V. quiere exagerado é irracional respeto á su madre, que por obedecerla, por no darle un disgusto, por no rebelarse, será capaz de casarse con D. Casimiro, aunque se muera de amor por V. al día siguiente de casada, aunque su vestido de boda sea la mortaja con que la entierren.

Doña Blanca, antes de las seis, apareció en la calle con Clarita y don Valentín. Iban á misa á la Iglesia Mayor. Apenas los vió salir D. Fadrique, se acercó muy determinado, y saludando cortésmente con sombrero en mano, dijo: Beso á V. los pies, mi señora Doña Blanca. Dichosos los ojos que logran ver á V. y á su familia. Buenos días, amigo D. Valentín. Clarita, buenos días.

Lo primero que se me ocurrió fue averiguar quién era la tal Clarita, y como en su carta le encargaba al mío que fuese a ver al dueño de su casa para pagarle un trimestre, indicándole dónde vive ese señor, fui allá esta mañana, después de oír misa, y supe que la tal inquilina está en la calle del Puerto, en un entresuelito que le han ido pagando en diferentes épocas otros señores de la Bolsa tan imbéciles como mi Antonio.