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Lo primero que me importa es dejar ver que no me afligen los desdenes de Clarita. Si ella no me quiere, otra que vale tanto como ella, más que ella, estoy seguro de que me querrá. Voy á volver á pretender á Nicolasa. No es rica, pero es mejor moza que Clarita.

No ha de extrañarse que todo esto se viera en las miradas de Clarita. Eran miradas transparentes, en cuyo fondo fulguraba el alma como diamante purísimo que por maravilla ardiese con luz propia en el seno de un mar tranquilo. El Comendador estuvo un rato observando aquella escena muda, y se convenció de que ni Doña Blanca ni D. Valentín recelaban nada de los amores de la niña.

Dado á conocer así somera, y no favorablemente, por desgracia, podemos ya lisonjearnos de conocer á cuantas personas ocupaban la sala cuando entró en ella el padre Jacinto. Doña Blanca, Clarita, D. Valentín y D. Casimiro se levantaron para recibirle, y todos le besaron humildemente la mano.

El padre estuvo sonriente y amabilísimo con ellos, y á Clarita le dió, como si no fuese ya una mujer, como si fuese una niña de ocho años, y con la respetabilidad que setenta bien cumplidos le prestaban, dos palmaditas suaves en la fresca mejilla, diciéndole: ¡Bendito sea Dios, muchacha, que te ha hecho tan buena y tan hermosa! Su merced me favorece y me honra contestó Clarita.

Mucho lisonjean mi orgullo de madre interpuso Doña Blanca, esos encomios de Clarita que oigo en boca de V.; pero mi amor á la justicia me induce á creerlos exagerados.

Tienes razón, Clarita, y yo creo que esto que tengo es causado por el excesivo celo. Bien me decía el padre Silvestre que la piedad en demasía es perjudicial, porque mata el cuerpo, sin el cual el alma no puede tener fortaleza. Pero, ¿qué tiene usted? preguntó Clara un poco alarmada.

Así es que al principio, contrayéndonos al asunto de la boda, no vi sino el lado bueno. Vi que D. Casimiro es un caballero de tu clase, honrado, religioso, prendado de Clarita y deseando hacerla feliz. Vi que, casándose con ella, seguiría ella aquí y no se la llevarían lejos de su madre y de nosotros, que la queremos tanto.

V., en cambio, me tendrá al corriente de todo. ¿Es verdad que me lo dirá V. todo? , dijo el Comendador teniendo que mentir por segunda vez. Luego prosiguió: Lucía, has dicho una cosa que me interesa. ¿Qué clase de amoríos das á entender que hubo ó hay entre D. Casimiro y esa bella Nicolasa? Nada, tío... ¿No lo he dicho ya? Fueron antes del noviazgo con Clarita.

Ya me figuré yo que no consentirían; y en verdad, amigo, que el proyecto que acaba de fracasar era atrevidillo. ¿Y cómo ha venido aquí esa Clarita? Yo no : cosas de Elías. Hombre, hábleme usted de ese Elías. El día en que le conocí por primera vez me parecía lo más raro del mundo. Ya había yo oído hablar de Coletilla.

¡Ah!, ¿eres ? dijo una de las conspiradoras. Me parece que , Clarita respondió Rafael. Es que hace tanto tiempo que no te veo, que ya te desconocía. Me parece que estás avejentado. ¿Cómo has podido separarte de tus extranjeros?