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La beata y el clérigo fueron los fundadores de una congregación de alumbrados, compuesta de hombres y mujeres que, hacia 1620, comenzaron á reunirse en lugares apropósito, y en los cuales se entregaban á las prácticas á que acostumbraban los de la secta.

¡Buen tabaco! exclamó el amo de la casa dándole vueltas entre los dedos. ¡Qué latigazos se pega usted, amigo! Regulares, regulares respondió el clérigo con sonrisa de satisfacción, dirigiendo al mismo tiempo una mirada expresiva a su antigua ama, que le pagó con otra brillante y cariñosa. ¿Dónde los compra usted? No los compro: me los regalan. Otro cambio de miraditas risueñas y apasionadas. ¡Ah!

Guardad esos fieros para las mujeres y para los rapaces, que a no se me asusta con ellos. ¡Sacrílegos! Vendrá Don Juan Manuel y os arrojará de esta casa que estáis profanando con vuestras concupiscencias. ¡Un rayo me parta! ¡Me da el corazón que hoy ceno lengua de clérigo! DON FARRUQUI

CONDE. Con menos información Pudieras tener por cierto Que no te ha engañado Sancho, Porque la inocencia déstos Es la prueba más bastante. REY. Haced traer de secreto Un clérigo y un verdugo. Vase el REY y los caballeros. NU

No tenía igual seguridad de acierto en la elección del Padre Zorraquín para acompañante y amigo espiritual del enfermo, porque si bien en ocasiones podría tenerse al tal clérigo por la persona más bondadosa y mansa del mundo, en otras parecía un si es no es levantisco y ambicioso.

La sala se llenó de negro, quiero decir que entró en ella el padre Gracián acompañado de otro clérigo, no tan grande como Su Reverencia, pero también bastante talludo.

Esta niña, con sus ayunos y sus penitencias... dijo María de la Paz. ¿Quiere usted una taza de caldo? preguntó el clérigo; y se interrumpió antes de concluir, porque su hermana, con tanta presteza como disimulo, le tiró del manteo, indicándole la indiscreción de la oferta que acababa de hacer. Gracias, no es preciso: esto no es nada. Recójase usted temprano dijo la gorda.

Las fuerzas me faltaban; entonces vi caer la mano del clérigo sobre la pareja que recibía su bendición y caí desmayado. Todo había concluido para !... ¡Valentina no me pertenecía ya... la había perdido!

Es verdad, señorito, es verdad... Tiene usted mucha razón... Hay mucha afición á lo ajeno en esta comarca... Pero, créame usted, señorito, el gobierno también tiene alguna... y no es precisamente á la fruta... El conde dirigió una sonrisa al clérigo. Desde la muerte del guardamontes, hace ya tres meses dijo D. Primitivo, no se ha oído hablar en este concejo de ninguna tropelía.

El clérigo no contestó; pero en sus ojos brilló una chispa de malicia, que me indicó que sólo callaba por prudencia. Bien dije después de chupar tres o cuatro veces el cigarro en silencio. Pues lo único que le ruego, por ahora, es que no se moleste a la hermana.