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El joven clérigo creyó que vendría a hacerle alguna pregunta referente a la comunión general del día siguiente. Pero en vez de eso, Obdulia se inclinó hacia él tímidamente y le preguntó con voz temblorosa, donde se advertía extraña emoción: ¿Me puede usted confesar? Quedó sorprendido y descontento.

En las horas de recreo veíase rodeado de enjambre de colegiales, que dejaban el escaso solaz de aquella hora para consultar con el Padre puntos oscuros de la conferencia señalada, y platicar sobre cualquier tema de humanidades o teología, pues en todo ello y aun en otra clase de sabidurías era muy versado el bendito clérigo.

Otro día, no pareciéndome estar allí seguro, fuíme a un lugar, que llaman Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un clérigo que, llegando a pedir limosna, me preguntó si sabía ayudar a misa. Yo dije que , como era verdad, que aunque maltratado, mil cosas buenas me mostró el pecador del ciego, y una dellas fue ésta. Finalmente, el clérigo me rescibió por suyo.

El figurarse por un instante que yo puedo perdonarla es un nuevo insulto, es una idea que sólo cabe en un alma tan miserable como la suya. El perdón jamás degrada. Es la virtud que más ennoblece al ser humano manifestó el clérigo, sorprendido. D. Álvaro le clavó una larga mirada colérica. Después alzó los hombros con desdén y dijo: Está bien: dejemos eso.

La sacristía estaba casi a oscuras; dos monaguillos vestidos con sus cotas rojas han tomado sendos faroles opacos, sucios, goteados de cera; el clérigo se ha puesto una estola y los tres, con el sacristán, han salido a la iglesia. Azorín se ha quedado en la sacristía. Estaba sentado en un amplio sillón, junto a la larga cajonería de nogal. ¿En qué pensaba Azorín?

Don Luis, cuando iba a ser clérigo, estuvo en su papel no defendiendo a Pepita de los groseros insultos del conde de Genazahar, sino con discursos morales, y no tomando venganza de la mofa y desprecio con que tales discursos fueron oídos.

«A ver, ¿qué tal?... ¿cómo es?... ¿es guapahabía preguntado doña Lupe a Nicolás con vivísima curiosidad. Aunque el insigne clérigo no tenía cierta clase de pasiones, sabía apreciar el género a la vista. Hizo con los dedos de su mano derecha un manojo, y llevándolos a la boca los apartó al instante, diciendo: «Es una mujer... hasta allí». Doña Lupe se quedó desconcertada.

Un rumor popular y el áspero tañido de los fagotes vinieron á sacar de apuros á nuestra amiga anunciando la procesión. Se dispuso ocupar inmediatamente los dos balcones: en uno se colocó el clérigo con María de la Paz y Salomé; en otro se colocó la gorda, doña Paulita y Lázaro. Un enorme tiesto, donde crecía con extraordinaria lozanía una adelfa, estorbaba la comodidad de estas tres personas.

que lo es; pero creo muy difícil quitársela de la cabeza. Eso corre de mi cuenta... ¡Oh! Si no tuviera yo otras montañas que levantar en vilo... dijo el clérigo apartando de la ensaladera, en la cual no quedaba ni una hebra . Verá usted... verá usted si le vuelvo yo del revés como un calcetín. Para esas cosas me pinto...

Aquel honor inesperado puso al moribundo muy despierto, Carraspique, sin saludar a don Pompeyo, que se quedó, siempre cruzado de brazos, a la puerta de la alcoba, se colocó a la cabecera de Barinaga en compañía de un clérigo, el cura de la parroquia. Era este un anciano de rostro simpático, de voz dulce, hablaba con el acento del país muy pronunciado.