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Llegaron a casa, y yo, porque no me conociesen, estaba echado en la cama con un tocador y con una vela en la mano y un Cristo en la otra y un compañero clérigo ayudándome a morir, y los demás rezando las letanías. Llegó el retor y la justicia, y viendo el espectáculo, se salieron, no persuadiéndose que allí pudiera haber habido lugar para cosa.

Un sudor me iba y otro me venía. Presentose al fin el clérigo con sotana y gorro de terciopelo negro y se plantó delante de diciendo: Usted me dirá. Era un hombre corpulento, barrigudo, de ancha nariz arremolachada y ojos pequeños de cerdo, negros y recelosos. No tenía acento andaluz; después supe que era riojano.

El clérigo, al verme sonreír, se apresuró a hacer lo mismo, mostrando unos dientes podridos que causaban náuseas. Comprendí que había tropezado con un hombre vulgar y servil, y que podía sacar de él buen partido. Por lo pronto, antes de llegar al punto concreto que allí me llevaba, dejé que la conversación siguiese por donde había empezado, hablando de D. Cosme y de mi tío.

Francisco de Aranda vendió á Miguel de Escobar un esclavo mulato llamado Fernando, de 20 años, herrado en la cara con unas letras que dicen: «Francisco de Aranda en Sevilla» 29 de Mayo de 1539 . Diego de Cáceres clérigo, vendió á Diego Mendoza un esclavo morisco de 28 años herrado en la cara «con vnas letras que disen diego de cáceres», 28 Enero de 1547 .

En cambio, el breve relato del clérigo, en la venta de Cebreros, había renovado en su espíritu cavilaciones y remordimientos que él consideraba abolidos para siempre.

Cuando volvía al cuarto de Severiana, encontró al Padre Nones que salía. «Le he enderezado las ideas, maestra; ahora está bien preparada le dijo el clérigo que, por su alta estatura, tenía que encorvarse para hablar con ella . Voy a la iglesia. Dentro de tres cuartos de hora estamos aquí». Entró la fundadora en la casa y vio el altar, que estaba muy bien.

De pronto se alzó de la silla y dijo con tono resuelto que no admitía réplica: No me siento bien en este momento, señor cura. Otro día hablaremos del asunto que aquí me trajo. Hasta la vista. Y sin aguardar contestación salió como un huracán por la puerta, dejando altamente sorprendido al clérigo.

«¡Se había olvidado de su mentira!». Explicó lo mejor que pudo su presencia en el Parque a pesar de la jaqueca. El Magistral confirmó su sospecha. Le había engañado su dulce amiga. Estaba el clérigo pálido, le temblaba un poco la voz, y se movía sin cesar en la mecedora en que se le había invitado a sentarse.

Cálmese usted, hija repuso el clérigo, impresionado. ¿Acaso se arrepiente usted de su decisión?... Por eso no ha caído usted en el abismo. Todo se puede arreglar sin escándalo. Tiene usted un año de noviciado, en que puede salir del convento cuando lo desee...

Su falta de ilustración y su escaso sentimiento religioso, no podían prestarle armas para luchar; pero le dolía que siendo Tirso clérigo, y habiendo por el mundo tanta gente que les guarda consideración, su otro hijo les mirase con tan malos ojos. ¿Qué edad tiene ahora? preguntó Millán.