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Las visitas a la casa de Cirila prosiguieron durante dos semanas; pero bien se demostró en la práctica que aquello no podía seguir, y tomaron otro cuarto. Patricia se había hecho insoportable, y doña Lupe, descolgándose en la casa a horas intempestivas, llevada de su afán de mangonear, dificultaba las escapatorias de su sobrina.

Debió de penetrar la maldita gata aquella en el pensamiento de su ama, pues como si contestara a una pregunta, le dijo de buenas a primeras: «Pues ahorita, cuando bajé a la carnicería, ¿sabe?, encontreme a la señorita Cirila. Me preguntó por el señorito, y dijo que pasaría a verla a usted, sin decir cuándo ni cuándo no.

«Patricia le dijo su ama, afectando una curiosidad indiferente . ¿Sabe usted qué gente es esa del cuarto de al lado?». Señorita replicó la criada sin dejarla concluir ; como estoy aquí desde el día antes de salir usted del convento, ya conozco a toda la vecindad... ¿sabe? En ese cuarto vive una señora muy fina que la llaman doña Cirila. Su marido es no qué del tren.

Fortunata se quedó como muerta. «Pues qué... ¿no está enfermo?». Se le escapó esta espontaneidad, y cuando quiso contenerla ya era tarde. Hacía una semana que Santa Cruz no iba a las citas, y le había enviado, por medio de Cirila, un recadito. Se había caído del caballo en la Casa de Campo, estropeándose ligeramente un brazo.

Parecía que a la doña Cirila, a su marido, el de la gorra con letras, y a los amigos que les visitaban, se les había tragado la tierra. Por la noche, sintió Fortunata tristeza y desasosiego tan grandes, que no sabía lo que le pasaba. Se habría podido creer que la contrariaba el no ver a nadie de la casa próxima, el no sentir pisadas, ni ruido de puertas, ni nada.

Lo ha tomado por cuenta de él una que llaman Cirila... no la conoces; yo : ha sido también corredora de alhajas y tuvo casa de huéspedes. Está casada con uno que fue de la ronda secreta, y ahora tu señor me le ha colocado en el tren. Fortunata sintió que se congestionaba. Su cabeza ardía.

Y fue hacia el recibimiento. Desde la cocina oyó Fortunata cuchicheo en la puerta. Duró poco, y la criada volvió diciendo: «Los de al lado... la misma señorita Cirila fue la que llamó. Nada; que si teníamos por casualidad azucarillos... Le he dicho que no. Me preguntó cómo seguía el señorito. Le contesté que duerme como un lirón».

Un rato estuvo meditando, hasta que Patricia, mientras ponía los garbanzos de remojo, la sacó de su abstracción con estas mañosas palabras: «Díjome doña Cirila que es usted muy linda, ¿sabe?... que esta mañana la vio a usted en la iglesia y que le fue muy simpática. Verá usted, cuando la trate, que también ella se deja querer.