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Francisco Montiño se quedó como quien ve visiones: sabía que su cuñada Genoveva era una cincuentona que jamás había tenido hijos y que había perdido, hacia mucho tiempo, la esperanza de tenerlos; la noticia de aquel alumbramiento inverosímil, había venido de repente sin que le hubiese precedido en tiempo oportuno la noticia del embarazo; por otra parte, la carta en que Jerónimo Montiño se confesaba padre, no podía ser más seca ni más descarnada.

Olvidó a la cincuentona con tocas de beata y creyó que tenía ante a aquella dulce y cariñosa Miguelina que por la noche se deslizaba en su cuarto como una gatita, llena de voluptuosidades... Al fin y al cabo, en toda su laboriosa carrera de funcionario, el amor de esa mujer había sido el único rayo de sol de su juventud, la única copa de placer que habían gustado sus labios.

Andando en estas investigaciones, se nos presentó una mujer más que cincuentona, limpia y afable, a preguntarnos qué queríamos tomar mientras llegaba la hora de la cena, que en aquella casa era la de las ocho; porque barruntaba que debíamos de venir desfallecidos... Dímosle las gracias, asegurándola que de ningún alimento necesitábamos hasta la hora de cenar, y volvió a dejarnos solos.

Y además decía una de Ferraz a la de Silva , ¿no ha visto usted qué cara se le ha puesto sólo con los preparativos esos y con el susto? , parecía un cadáver.... Lo que parecía era una cincuentona. Poco le falta. No, mujer, no exageres. Lo que era que... como se le había caído la pintura.... Diez años más se le echaron encima. Eso .

Toledo había sabido descubrir después á una cincuentona, menos variada en sus combinaciones que el artista arrebatado por la guerra, pero más «clásica», más sólida y substanciosa, y los dos comían con ese regodeamiento de los eternos abonados á restoranes y hoteles cuando se ven ante una mesa sin economía y engaños.

El conde iba montando en cólera y toda una antigua levadura de celos retrospectivos fermentaba de repente en el fondo de su ser estragado. Raúl trataba de reírse. ¡Celoso yo!... ¡Y de una cincuentona!... Vamos allá, querido, tu reloj retrasa... No, pero no quería ser engañado, y si sus sospechas eran fundadas, entonces... Entonces, ¿qué? ¿Qué le importaba a él?