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A lo lejos, y sobre una de las peñas que estaban a su izquierda, Stein divisó las ruinas de un fuerte, obra humana que a nada resiste, a quien servían de base las rocas, obra de Dios, que resiste a todo. Algunos grupos de pinos alzaban sus fuertes y sombrías cimeras, descollando sobre la maleza.

Pasado el último, dejamos á la espalda una pequeña eminencia que da entrada á una bellísima cañada sombreada por miles de cocos, entremezclados de cañas, baletes y madre-cacao, cuyas verdes cimeras entrelazaban aquella vegetación virgen con las flexibles lianas, salpicadas de pálidas campanillas de la sampaca y del jazmín silvestre.

Varones cristianos arrastrados a la guerra por sus trampas; los míseros terrenos de su señorío empeñados en manos del israelita; y con ellos un tropel de jinetes con cascos alados y cimeras espantables de dragón; aventureros que hablaban diversas lenguas, soldados errantes en busca de la rapiña y el saqueo bajo la cruz; «lo peor de cada casa», que apoderándose del inmenso jardín, se instalaban en los palacios, y se convertían en condes y marqueses para guardar con sus espadas al rey aragonés aquella tierra privilegiada que los vencidos seguirían fecundando con su sudor.

De luces coronada La sombra de los fuertes, En túmulos inertes Relucirá animada, Cual la vision fantástica Del Cristo Salvador. Las fúlgidas espadas, Las bélicas banderas, Trotones y cimeras, Y lanzas destrozadas, Cual súbito relámpago Fulmíneas brillarán. Se elevarán ardientes Atléticas legiones Al pié de sus pendones, Cuando el Omnipotente Les diga como á Lázaro: «Del polvo levantad

De árbol á árbol se suspende un rústico andamio, formado de dos cañas paralelas, por las que cada veinticuatro horas recorre el mananguitero todas las cimeras de las palmas. El mananguitero lleva colgado á la cintura el cabuic, ó sea un cilindro hueco de madera, en el que vacía los jugos que encuentra en cada coco.

El lunes y martes continuaron las fiestas, siendo memorable la justa á que concurrió el 1.º de estos dias el Conde de Cortés hijo del Rey de Navarra, con nueve caballeros armados; con sobrevistas y cimeras azules, y soles muy ricamente dorados, llevando todos una misma librea, y haciéndose admirar por su destreza.

Más allá, en cuanto del camino abarcaba la vista, se extendía sin cesar columna tras columna, como un río de acero, dominado por airosas cimeras, gonfalones y blasonados escudos.

Las justas y los torneos, Paramentos, bordaduras y cimeras, ¿Fueron sino devaneos? ¿Qué fueron sino verduras De las eras? ¿Qué se hicieron las damas, Sus tocados, sus vestidos, Sus olores? ¿Qué se hicieron las llamas De los fuegos encendidos De amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, Las músicas acordadas Que tañían? ¿Qué se hizo aquel danzar, Aquellas ropas chapadas Que traían