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El grupo de los de la idea, abandonando el cuenco limpio ya de gazpacho, vino a sentarse en el suelo, en torno de Salvatierra. Gravemente, enrollaban sus cigarros, como si esta operación absorbiese por completo su pensamiento. El tabaco era su única voluptuosidad, y tenían que calcular la duración de la pobre cajetilla durante toda la semana.

Celinda entró en la habitación con falda de amazona, dió un beso á su padre y saludó á don Roque. Aprovechando éste los breves momentos en que desapareció el estanciero para volver con una caja de cigarros, dijo á la joven, mirando maliciosamente su falda: Por el campo va usted vestida de otro modo. Sonrió Celinda, amenazándole después con un ademán gracioso para que guardara silencio.

El humo de estos quinqués, el humo de los cigarros, el humo del café habían causado considerable deterioro en el dorado de los espejos, en el amarillo de los capiteles, en los jaspes y en el friso clásico. Solo por tradición se sabía la figura y color de las pinturas del techo, debidas al pincel del peor de los discípulos de Maella.

Y, con venia de ustedes, también se han eclipsado el pajuelero o vendedor de mechas azufradas, el puchero o vendedor de puntas de cigarros, el anticuchero y otros industriosos. Digresiones a un lado, y volvamos a Mariquita.

La Comadreja la acompañó en la visita. Descendieron juntas al piso inferior, con propósito de aprovechar la ocasión y verlo todo. Si los pitillos eran el Paraíso y los cigarros comunes el Purgatorio, la analogía continuaba en los talleres bajos, que merecían el nombre de Infierno.

Los maridos, sentados alrededor del fuego y picando sus cigarros en espera de la cena, rebatían tales argumentos. «Era necesario beneficiar lo que Dios había puesto debajo de la tierra. Si en aquel valle había leña en otras partes no, y necesitaban el carbón para calentarse y guisar su comida. Además, pasar toda la vida con borona, leche y judías era bien duro.

Me envolví en mi manta, vestido, corrí las cortinas que cubrían los cristales, la luna inundó mi cuartujo, y en compañía de un punch organizado a la ligera y de una serie de cigarros, esperé tranquilo la mañana.

Por otra parte, el aspecto de aquellas grandes salas de cigarros comunes era para entristecer el ánimo. Vastas estanterías de madera ennegrecida por el uso, colocadas en el centro de la estancia, parecían hileras de nichos.

Sirviose el café y circularon los cigarros. Juana anunció que quería fumar, y tomó un cigarro para ensayarse. Le va a hacer mal exclamó el señor de Maurescamp; tomad un cigarrillo. No, no, quiero un cigarro dijo la joven cuyos ojos estaban algo empañados. El señor de Maurescamp se encogió de hombros y quedó callado.

Los botones, las etiquetas de perfumería, las cintas de cigarros, los sellos de correo, las plumas de acero usadas, las cajas de cerillas vacías, las mil cosas informes, fragmentos sin uso ni aplicación, rayaban en lo incalculable.