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Eso es; todos ascendimos un empleo. Invitome a sentarme con vivas instancias, y hablamos un rato de la guerra y de nuestras esperanzas, quiero decir, de las suyas, porque las mías se cifraban en cosas bien distintas y de las que él, por fortuna, estaba ignorante. Creo que puedo decir, sin faltar a la modestia, que salí no sólo bien, sino con lucimiento, del compromiso.

Daba lección de música a los alumnos que la pagasen, y era en lo que más se placía; todo su amor y pasiones se cifraban en el arte; no tenía grandes facultades para él, bien lo sabía y no se avergonzaba de confesarlo; pero lo amaba platónicamente, y adoraba a quien brillase cultivándolo.

En el tiempo de este célebre español, todos los aparatos de un autor de comedias se encerraban en un costal, y se cifraban en cuatro pellicos blancos, guarnecidos de guadamecí dorado, y en cuatro barbas y cabelleras, y cuatro cayados, poco más ó menos. Las comedias eran unos coloquios, como églogas, entre dos ó tres pastores y alguna pastora.

Habia sido ya destronado el-Khassem, cuando su ejército, que habia salido poco antes contra Abd-el-rhaman, entraba en batalla con el de este ommyada, en quien cifraban tantos la esperanza de su patria. Venció Abd-el-rhaman; pero murió de un flechazo al acabarse ya el combate. Arrojó este hecho en la consternacion todos los ánimos.

Pero doña Luz era muy singular y hallaba extraño deleite en la larga contemplación de aquel cuadro, donde se cifraban el más alto misterio y los dos más opuestos extremos de valer de la humana naturaleza: toda la beatificación, toda la hermosura, todo el celeste resplandor de que es capaz nuestra carne, unida a un alma pura, y siendo templo y morada del Eterno, y los dolores, a la vez, y las miserias, y los padecimientos lastimosos y la corrupción nauseabunda de esa carne misma.

Por fin me fuera de la ciudad, al principio de aquel camino por donde pasé diez años antes acongojado y lloroso, una fría mañana del mes de Enero. Recordé aquellos días amargos en que por primera vez me alejé de los míos, niño tímido y medroso, en quien cifraban sus tías las más risueñas esperanzas. ¡Cuán distinto me pareció el camino!

El que salió chiquillo volvía hecho un mancebo; venía crecido y guapo; negro bozo le sombreaba los labios; no había malogrado tantos afanes, y en él cifraban las buenas señoras toda su dicha. Ya estarían disponiéndose para ir a recibirle; ya le tendrían lista la alcoba y la merienda. ¡Ah! , todo quedaría dispuesto y bien arreglado.