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La luna, ya sin la rivalidad del sol, triunfaba tranquila en el cielo, y los árboles del bosque inclinándose unos á otros, se confiaban sus seculares leyendas en misteriosos murmullos, que trasportaba en sus alas el viento.

Todo respira aquí contra el arte, contra el arte único que conoce la humanidad, contra esa poesía santa y sublime que nos hace sentir el bien, la verdad y el amor, bajo la relacion de la belleza; pero de una belleza espontánea, impregnada en todo, en el ademan, en la mirada, en el movimiento, en la voz, en el cielo, en el aire, en la luz, hasta en el susurro de los árboles mecidos por la brisa.

Cruzó el espacio un silbido rápido, estridente, un ruido semejante al desgarro de inmensa sábana, y en lo más alto del cielo, después de una detonación de lejano cañonazo, esparcióse un haz de puntos luminosos de diversos colores, que descendieron lentamente, dejando tras culebrillas de fuego. Eran los cohetes voladores que anunciaban el disparo de los fuegos artificiales.

Toda la gente ociosa y corrillera, rufianes, pordioseros, soldados inválidos, menestrales sin trabajo, señores de la hoja con encerado bigote y calzas de color, y más de un hidalguejo de poca monta, se confundían en aquel reposo común bajo la lumbre meridiana. El caserío recortaba cegadoras blancuras sobre un cielo de zafiro. Los gallos cantaban a lo lejos en los cigarrales.

Contemplamos en tanto gran parte de la ciudad desde un ajimez de la casa en que viviamos. El espectáculo que á nuestros ojos se presentaba no podia ser mas bello. Alzábanse acá y acullá de entre techos desiguales torres mas ó menos imponentes cuya negra silhueta se destacaba sobre los montes inmediatos ó sobre el azul del cielo.

Allá en lo alto se divisaba un puntito de cielo. Entonces, con las pocas fuerzas que le quedaban gritó hasta romperse la garganta. Nadie respondió. Quiso seguir, pero comprendió que ya era inútil. Un sudor frío bañaba su frente. Mirando aquel puntito claro de cielo permaneció largo rato con los ojos muy abiertos. Poco á poco aquel puntito también se fué oscureciendo. La tarde declinaba.

La nave del raptor se percibía aún, pero lejos, y navegando con tal rapidez que pronto iba a perderse detrás de la comba que forma el mar, marcando una curva de azul profundo en el cielo más claro. El furor de Mutileder fue indescriptible, aunque a nada conducía.

Al frente, Burjasot, prolongada línea de tejados con su campanario puntiagudo como una lanza; más allá, sobre la obscura masa de pinos, Valencia achicada, liliputiense, cual una ciudad de muñecas, toda erizada de finas torres y campanarios airosos como minaretes moriscos; y en último término, en el límite del horizonte, entre el verde de la vega y el azul del cielo, el puerto, como un bosque de invierno, marcando en la atmósfera pura y diáfana la aglomeración de los mástiles de sus buques.

Jacinta se reía y al propio tiempo se le escaparon dos lágrimas. Entró entonces de improviso Barbarita, diciendo: «¿Qué música es esta?... A ver, a ver». Nada, querida declaró el buen señor acusándose francamente . Que a también se me fue el santo al Cielo. No lo quería decir.

El desdichado D. Gonzalo Gustios recibe en tanto lisonjeros agasajos de Almanzor y de sus allegados: la hermana del prepotente hagib, vencida de sus atractivos, le visita en su prision con frecuencia haciéndose recatadamente acompañar de sus esclavas; y de este amoroso comercio, cuyas dulzuras ilícitas va á castigar inexorable el cielo, nacerá un famoso bastardo , cuya historia no entra en nuestro cuadro.