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Allí administraba justicia, decidía la suerte de las familias, arreglaba la vida de los pueblos; todo con pocas y enérgicas palabras, como un rey moro de los que en aquella misma tierra gobernaban siglos antes a sus súbditos a cielo descubierto. En los días de mercado se llenaba el patio.

El carro del cielo. Este drama es sin duda el más antiguo de Calderón, probablemente perdido para siempre, y escrito, según el testimonio de Vera Tassis, hacia el año de 1613.

No es mi corte desa manera respondió el menor , sino que mi padre, por la misericordia del cielo, es sastre y calcetero, y me enseñó a cortar antiparas, que, como vuesa merced sabe, son medias calzas con avampiés, que por su propio nombre se suelen llamar polainas, y córtolas tan bien, que en verdad que me podría examinar de maestro, sino que la corta suerte me tiene arrinconado.

Pues nada, hijo, que ha habido conjunción de pucheros y el de María Villasis triunfa. Será más delicado. ¡Pchs!... Bizcochitos de monja y tocino de cielo... Prefiero el de Curra: es más sustancioso. ¿Pues cuál es?... Olla podrida.

El sol comenzó a abandonar las olas y a subir en el cielo claro y limpio, ahuyentando la bruma; las velas se teñían por el rojo sol naciente y se hinchaban cada vez más. El patrón hablaba a sus hombres y les ordenaba tirar de las cuerdas para recoger las velas de cuando en cuando. El grumetillo cantaba a proa una canción vascongada.

Pues qué se les puede pegar a los nobilísimos renombres de Zafortezas, Suredas, Pomares, Fusteres... y otros, de que gozándose puros en el cielo de su limpieza, como unos Soles, se permitan retratar en un charco?

Salense todos, y quedan solos MORANDRO y LEONCIO. Leoncio, qué te parece? Tendrán remedio mis males Con estas buenas señales, Que aqui el cielo nos ofrece? Tendrá fin mi desventura Quando se acabe la guerra? Que será quando la tierra Me sirva de sepultura?

No nevaba entonces, pero se me oprimió el espíritu al ver el aspecto ceñudo y amenazador que presentaba el cielo; y, sin embargo, sentí cierta mortificación del amor propio por no haberse contado conmigo para formar parte de aquella denodada legión, ¡como si no hubiera sido yo un verdadero y continuo estorbo en ella!

Ella se ponía muy pensativa y no decía palabra en media hora; los pobres chicos miraban al cielo alternativamente, como si en el cielo se hallara escrita la solución de aquel problema. Se separaban. Clara depositaba sus amarguras en el seno de su amiga Ana.

Además, el clima frío, el nublado cielo de nuestras comarcas del Norte habían de contribuir en gran parte á la reclusión de los antiguos dioses. Entre nieves y vientos, en medio de las tempestades, ¿cómo habían de poder solazarse en alegres banquetes, saborear la ambrosía y tañer la áurea lira?