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De aquí que, rabiosa yo, maldijese de la marquesa, y ciega con mis celos me la figurase un monstruo. »Y de aquí, por último, que olvidando y echando a rodar todas mis penitencias, mis cilicios, ayunos y disciplina, me entregase yo de nuevo al demonio, cuya esclava y servidora había sido durante mucho tiempo.

Pero será preciso obedecer, conforme a la ciega sumisión de la Corte de Madrid, y poner barcos y marinos a merced de los planes de Bonaparte, que no nos ha dado en cambio de esta esclavitud un jefe digno de tantos sacrificios.

¡Pero si doña Clara es la favorita de la reina! ¿Queréis que la reina esté ciega también? La reina sabe que si el rey ama á doña Clara, doña Clara jamás concederá ni una sombra de favor al rey, y la reina, con el desvío de doña Clara á su majestad, se venga del desamor con que siempre su majestad la ha mirado.

Había días, había horas, en que la flacura de las mejillas parecía demasiado grande: todas las líneas del rostro se alteraban, como próximas a desfigurarse; la tez, no iluminada en esos momentos por la llama interior, se ponía lívida, la mirada aparecía velada y casi ciega.

La faz de Cirilo y la de Visita se iluminaron con una sonrisa de alegría. La de aquél se apagó, sin embargo, al observar el rostro serio y contraído del joven. Buenas noches. Al oír el saludo, la sonrisa de Visita también se apagó: su fino oído de ciega había notado algo extraño en el timbre de la voz.

Aquella separación había sido una amenaza continua, la gota amarga de la felicidad en los días y meses de ciega pasión; después un dolor necesario, y hasta merecido y saludable, según pensaba el amante, lleno de remordimientos y de planes morales. Pero al llegar el momento, Bonis sintió que se trataba de toda una señora operación practicada en carne viva.

CELIND. Que es muy noble está muy claro, Y que fué elección discreta; Pero él también es dichoso En ser dueño y ser esposo De una mujer tan perfeta. Y puesto que humilde estás, Acá os juzgamos tan buenos, Que si él no merece menos, No hallara en la tierra más. Sentaos, y canten los dos Mientras el almuerzo llega. JARIFA. O esto es verdad, o estoy ciega.

Sin saber lo que se hacía, con esa ciega confianza que los niños tienen en mismos, empujó la puerta y penetró en la estancia. Acercose silenciosamente a la señora, y echándose repentinamente sobre su regazo, le dijo, clavando en ella una mirada de tímido afecto: Dame un beso, madrina. La dama se estremeció.

No elegimos papel, sino tomamos y hacemos el que nos toca; el que la ciega fortuna nos depara. La profesión, el partido político, la vida entera de muchos hombres pende de casos fortuitos, de lo eventual, de lo caprichoso y no esperado de la suerte.

Sobre todo es intolerable el desprecio que hace de los antiguos, y la ciega deferencia á los modernos. En la Dedicatoria al Rey de Portugal dice: Que los modernos á lo menos son iguales, alguna vez superiores á los antiguos, porque ¿quién hay entre estos que en las Ciencias mas sérias nos haya dexado otra cosa que principios rudos y desordenados?