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Este mismo desacato intentaron hacer con el P. Comisario, previniendo 600 hombres para irlo á buscar en el pueblo donde residía, y habiendo sido avisado por cinco voces del eminentísimo peligro de su vida, hubo de retirarse prudentemente, entendiendo que su presencia irritaba su furor y que con su retiro podría serenarse aquella ciega pasión.

Pasa estúpidamente desde la prodigalidad a la avaricia, y desde la esplendidez a la miseria: su amor ciega, su desdén mata, a unos envilece, a otros trastorna; es la eterna Dulcinea engañosa para nuestra locura, y encantada para nuestra razón: niega lo que se le implora, da lo que no se le pide, todo lo tiene, y todo lo derrocha.

Entonces es usted feliz, hijo mío. ¡, lo soy! exclamó el doctor cayendo de hinojos, porque poseyendo esa fe ciega puedo postrarme a sus pies y decirle: «Padre mío, nadie mejor que usted merece que rodee su cabeza la aureola de los santos, puesto que ha consagrado a curar a los enfermos y a socorrer a los pobres su existencia entera. Todas sus acciones son puras y benditas a los ojos de Dios.

No, tía; no soy un monstruo, dijo la joven respirando con esfuerzo, tan violenta era la emoción que la embargaba; no, yo no soy irrespetuosa, ni ingrata; pero tampoco ciega ni estúpida. lo que veo y entiendo lo que oigo.

Acertó usted, Amaury, al decir que era capaz de amarme: Felipe me ama. Aún no me ha declarado su amor y doy gracias por ello a la prudencia de su carácter, que no le deja llegar a tamaño atrevimiento; pero eso salta a la vista y estaría yo ciega si no lo hubiera advertido. »Le cree usted capaz de comprometerme, pero nada hay más lejos de la verdad.

La ciega hablaba como si no lo fuera y así hacía siempre. Los comensales se miraban unos a otros sonriendo con una mezcla de alegría y de compasión. Elena, entusiasmada con el elogio, no parecía fijarse y le hacía preguntas y consultaba detalles. «¿Qué te parece, pondré sobre la chimenea un reloj imperio o una estatua? ¿Pondré la luz en el techo o en los rincones? Pocos muebles, ¿verdad?

A menudo cavilo y hago examen de conciencia para ver si me ciega ó no el amor propio nacional y siempre resulta de mi examen que dicho amor propio no me ciega. La mayor parte de los españoles, y yo con ellos, pecamos en el día por todo lo contrario.

Un baccio, un baccio murmuraba ella gritando con voz baja, apasionada. Y entre los sueños de una voluptuosidad ciega y loca, la veía Bonifacio casi desvanecido; después no oyó ni sintió nada, porque cayó redondo, entre convulsiones.

Cuando apartó la vista de aquella claridad, miró al lado opuesto; miró á la calle, en derredor, y no vió nada. Esperó un rato, mirando siempre, y tampoco vió nada. Creyó que estaba ciega, y en vano quería, con atención afanosa, descubrir algún objeto.

Se le dio conocimiento de que casi todas las noches el coche de su sobrino se estacionaba en la calle de Provenza, y Arturo aguardaba de un momento a otro una seria explicación y una escena en la que estaba resuelto a mostrarse arrebatado por una ciega pasión que le hacía indigno, en adelante, de las bondades de su tío; pero éste no le dirigió el más leve reproche, y nuestro joven no sabía cómo explicarse tanta calma y una resignación tan evangélica.