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Aprovechando un instante en que el mayordomo sale de casa para dar otra vuelta por la cuadra, examina las alforjas, que ya tenía preparadas, mete la mano en ellas y tropieza con algunas libras de chocolate, dos botellas de vino de Jerez y un tarro de cabello de ángel, lo más exquisito que ella misma había fabricado aquel año. Su alarma crece.

Muchas gracias. ¿Ha llevado ya al niño los diarios? ya sabe usted que él gusta de leerlos en la cama. Manuela, ¡ha dejado usted cortar el chocolate! un poquito de más cuidado, se lo ruego a usted.

El bajo de ópera se creía en el deber de apoyar la idea religiosa, por haberla expresado tantas veces con su sábana por la cabeza, haciendo el respetable papel de sumo sacerdote; y el del molino de chocolate azuzaba a los dos por ver si la cosa se enfurruñaba y no quedaban más que los rabos.

Cuando su tía entró con el chocolate, Maxi seguía tan disparado como antes. «Lo que yo extraño, tía, lo que yo no puedo explicarme dijo clavando en ella sus ojos que relampagueaban , es que usted consienta esto y lo encubra y me quiera matar, porque sépalo usted, para el honor es primero que la vida».

Andábase con dificultad, temiendo meter el pie en las esteras de esparto redondas y de altos bordes, en las cuales amontonábanse, formando pirámide, las lustrosas castañas de color de chocolate y las avellanas, que exhalaban el acre perfume de los bosques.

En otras casas se prescindía por completo de la sartén, no queriendo, después de un día de hambre, otro alimento que el callardó. Era el lujo de la raza, el nutritivo de los ricos, y toda la familia, puesta en cuclillas en torno de la hoguera, contemplaba absorta el hervir del puchero lleno de chocolate.

La temperatura bajaba, el incendio iba achicándose, la frescura de la noche penetraba en la plazuela, y balcones y puertas volvían a abrirse. En casa de doña Manuela, terminado el espectáculo público, había su poquito de fiesta, sin duda para amenizar el chocolate «suntuoso» que la rumbosa viuda daba a sus amigos.

¿Quieres que vayamos a casa de doña Mariquita a tomar chocolate? Vamos. Mientras tomaban el desayuno, Merelo, cada vez más alegre y cariñoso, habló de muchas cosas con pasmosa lucidez; pero especialmente de esgrima.

Pero el diablo, que no duerme, hizo que ocurrieran á última hora algunas dificultades: el decimocuarto Parreño era cristiano muy viejo y muy temeroso de Dios; y cierto fraile de la Merced, que frecuentaba la casa y tomaba allí el chocolate todas las noches, dió en probar, con la autoridad de San Anselmo y Orígenes, que aquel caballerito irlandés era hereje y poco menos que judío.

Canoas poco más grandes que artesas iban tripuladas por muchachos desnudos, de color de chocolate, relucientes con el agua que se escurría de sus miembros.