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¡No vale mirar, Pepe! exclamó Cobo con maligna sonrisa. Miro las cartas respondió aquél. ¡Vamos, no sea usted desvergonzado, Cobo! dijo Pepa dándole con ellas en las narices y volviéndose a Castro. Quítese de ahí, Pepe. No quiero que se me contemple a vista de pájaro. Fuentes se acercó para despedirse. ¿No toma chocolate? le preguntó Clementina dándole la mano.

También hablaba de familiares de la Inquisición, recordando a los curas gordos y morenos que salían de la iglesia, en busca del casero chocolate, luego de decir su misa. Se lamentaba un joven belga, al que muchos llamaban «barón», de las calles en cuesta y de los coches. ¡Ni un solo automóvil!... Las mujeres, asomadas a las ventanas como odaliscas.

Á pesar de la predilección que sentía por aquella chiquilla, no pudo menos de reconocer que la pregunta era atrevida é indiscreta. ¡Pchs! Negocios... negocios de hombres murmuró sordamente. Anda, á decir en la cocina que me hagan el chocolate.

Necesitábase un capital respetable para realizarlo, atento a las comodidades y boato con que Joaquinita pretendía viajar. Pidió a préstamo sobre algunas de sus fincas 30.000 duros y salieron de Madrid. En Hendaya vieron en la fonda del ferrocarril tomando chocolate a Federico Torres, un sietemesino madrileño hijo de un ministro del Tribunal de Cuentas.

Es que... como usted es sacerdote... yo pensaba que podría contarle... Ninguna persona me daría mejor un consejo... ¡Ah! ¿Quiere usted confesarse? Pues debiera comenzar por ahí. En cuanto tome chocolate, bajaremos a la capilla. No, señor... es decir, , señor. Es una confesión... pero al mismo tiempo no es una confesión...

Así sucede todos los días; siempre amargándonos la vida con tristezas, ¡siempre haciéndonos llorar! Pero ¡vaya! a todo esto ni quien piense en el desayuno.... ¡Señora Juana: aquí estamos ya! ¡El chocolatito! tomarás café con leche, ¿no es eso? Ustedes los muchachos no gustan ya del chocolate; dicen que es antigualla. Yo, hijo, como tu abuelo, chocolate y nada más; chocolate bueno eso .

Unas veces tomaba pie de alguna falta advertida en la ropa, botón caído, ojal roto, o cosa semejante. Otras, era que le ponían un chocolate muy malo para que reventara... ¡como que le quedan envenenar...!, o bien que dejaban los balcones y las puertas abiertas para que entrase un aire colado y le partiese.

El álbum, claro está, no se lleva en la mano, pero se transporta en el coche; el álbum y el coche se necesitan mutuamente: lo uno no puede ir sin lo otro; es el agua con el chocolate; el álbum se envía además con el lacayo de una parte a otra. Y como siempre está yendo y viniendo, hay un lacayo destinado a sacarlo; el lacayo y el álbum es el ayo y el niño. ¿De qué trata?

Con las cosas bonitas que cuenta me entretiene, y casi no me acuerdo de que no hay en casa más que dos onzas de chocolate, media docena de dátiles, y algunos mendrugos de pan... Si has de traerme algo, sea lo primero para estos pobres gatos aburridos, que desde el amanecer no me dejan vivir. Parece que me hablan, y dicen: «Pero ¿qué es de nuestra buena Nina, que no viene con nuestra cordillita?».

Lo peor del caso fue que aún no había empezado la consulta cuando entró doña Lupe, quien invitó al Sr. de Feijoo a tomar chocolate. No se hizo de rogar el buen caballero, y la misma viuda de Jáuregui se lo sirvió.