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No, señor, me parece que no hay nada. Ya sabe que la señora... , , ya . Don Mateo fué al comedor y comenzó a escudriñar los tiradores. Nada; no había más que los utensilios de la mesa, cuchillos, tenedores, el sacacorchos. Al través de los cristales del armario vió algunas pastillas de chocolate y una bandeja de bizcochos. ¡Caramba, si diera alguna llave!

A quien no ha comido de tales empanadas le parecerá abominable que, constando el relleno de boquerones o sardinas con un picadillo de tomates y cebollas, se tomen las empanadas con chocolate; pero así es la verdad, y están buenas, aunque parezca inverosímil. No es nuevo este arte de repostería y pastelería, ni su florecimiento entre las cordobesas.

Vamos, esto no se puede sufrir. ¡Decir que le hemos envenenado el chocolate...! ¡Gusto a arsénico!... clavado... ¡pero tan clavado...! Levantose en actitud de desesperación y volvió a la inquietud delirante de sus paseos... «Tendré que dejarme morir de hambre... es horrible... Mi casa llena de enemigos. Las personas que más me querían antes, ahora desean mi muerte».

Doña Lupe, en tanto, trajo la cocinilla económica para hacer en presencia de Maxi otro chocolate.

En seguida, viendo desde el pasillo que Leocadia estaba en la cocina, gritó: ¡Mira, Leo, hazme a también chocolate, que vengo desfallecida! Pepe se apartó para dejarla pasar, y sin poder ni querer contenerse, exclamó con ira: ¡Maldito sea el fanatismo, que engendra tales cosas!

Había que resignarse y no hacer un desaire a los señores de la casa. Y a los pocos minutos ya estaban amigablemente en torno de la mesa, con el mantel cubierto de migajas de bizcocho, las jícaras de chocolate vacías y clavando barquillos en las entrañas de los sorbetes.

Al instante dos muchachas bonitas y muy aseadas sirviéron el chocolate: Candido no pudo ménos de elogiar sus gracias y su hermosura.

Sentáronse a la mesa dispuesta para los viajeros, mesa trivial, sellada por la vulgar promiscuidad que en ella se establecía a todas horas; muy larga y cubierta de hule, y cercada como la gallina de sus polluelos, de otras mesitas chicas, con servicios de , de café, de chocolate.

El chocolate que se elaboraba en su casa dos veces al año gozaba de nombradla en toda la comarca.

Por la mañana, cuando llevó el chocolate a Bringas, hallole alegre y decidor, tarareando canciones. Ella, por el contrario, se acobardaba considerablemente. Más tarde, Cándida, que era la encargada de traerle de casa de Sobrino las compras, para no infundir sospechas al ratoncito Pérez, le llevó varias cosas.