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Pero el otro no callaba; volvió a la carga sobre aquello de los pájaros gordos, que parecían repletos y sin embargo iban a pedirle un poco de alpiste, bajo secreto de confesión... Jacinto no chistó. O no hay nada, o no sabe nada se dijo don Raimundo. Entretanto, en el escritorio, Quilito se aburría.

Pues verás, La tía esa indecente, la Fenelona, francesota, más mala que el no comer, dice que este hijo que tienes no es hijo de quien es, sino de D. Segismundo. ríete, tonta, que eso no es más que envidia». La prójima no chistó; pero bien se conocía que aquellas palabras habían hecho en su espíritu un efecto desastroso.

Pues ya cayó otro; solamente que ahora no da con mi Fenelón, que era un santo y no sospechaba de nadie más que de los prusianos. Ahora da con un hombre templado, tu amigo, que no se conformará con esta deshonra, ¿verdad? Te aseguro que le va a arder el pelo al tal primito con todo su mal de corazón y su extranjerismo. Fortunata no chistó.

El auditorio guardó silencio, dando tiempo para que estas notables palabras penetrasen lenta y profundamente en su espíritu. El tío Leandro las rebatió al fin severamente. Cuando se habla una cosa, Celipe, es porque se sabe. ¿Sabes , por un si acaso, que han de levantar los trigos dos palmos? Es un decir, tío Leandro. Bien, pero ¿se sabe o no se sabe? Nadie chistó.

A los pocos días, Esteven y su familia se mudaban; Casilda vió a su hermana guardar alhajas que habían pertenecido a su madre, cubiertos de plata y muchos objetos de uso de la familia y llevarse muebles, suficientes para llenar tres carros hasta el tope, pero no chistó.

Nada, ni se movió, ni chistó. ¡Si las cosas no pintan mejor en junio, te juro que me regalo una bala, como hay Dios! Quilito repuso: No tengas cuidado, que ya pintarán mejor. Me admira tu confianza y tu frescura exclamó el primo, porque si a me llega el agua a la cintura, a ti te debe subir hasta el pescuezo; ¿qué vas a hacer con el portugués?

Chistó al cochero, subió y se sentó al lado de su rival. Por la emoción misma no advirtió la falta de respuesta que había seguido a su breve saludo. Ambos bajaron del carruaje sin haber conversado una palabra. Debías echar a tu sirviente dijo Muñoz al fin; me aseguró que no volverías hasta la madrugada.

; lo que es por quejarte no quedará... Doña Bárbara entró diciendo con autoridad: «A la cama, niño, a la cama. Ya es de noche y te enfriarás en ese sillón». Bueno, mamá; a la cama me voy. Si yo no chisto, si no hago más que obedecer a mis tiranas... Si soy una malva. Blas, Blas..., ¿pero dónde se mete este condenado hombre? María Santísima, lo que bregaron para acostarle.

Domeñaré su espíritu rebelde, como lo haré con otros miembros de esta abadía que necesitan severa disciplina. Y vos mismo, hermano Francisco, estáis en falta. Ha llegado á mis oídos que habéis alzado la voz en el refectorio, mientras el hermano lector comentaba la palabra divina. ¿Qué contestáis á esa acusación? El lego no chistó, ni se movió siquiera.

Ni chistó: endispués de leerla se puso pálida, como amortajá, ¡y le entró un temblor! ¡Me daba una lástima! ¡Y miusté que pa darme a lástima una señorita! La noche... ¡ha tomao más tila! vez que una mujer tié que tomar tila, le debían dar rejalgar a un hombre. Al otro día, es decir, ayer, comenzó a vestirse a las doce: se puso maja de veras. En enaguas... un ángel. Pidió el coche pa las dos.