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Fausto ha deseado, ha buscado cuanto hay o puede haber de bello en la sociedad humana, en la mente, en la fantasía, en el arte y en la Naturaleza. Sólo no ha acertado a elevarse por cima de todo esto, en alas de la fe, y no ha buscado jamás en Dios el bien supremo. Mefistófeles era un diablo de buen humor, y sus bufonerías y chistes duran hasta lo último.

Las amistades falsas, gastadas hasta hacerse insoportables durante el común aburrimiento de un invierno sin fin, ahora se renovaban; los que volvían encontraban gracia y talento en los que habían quedado y viceversa; todos reían los chistes y las picardías de todos.

Mefistófeles, como Dios, gusta de oír sus epigramas y chistes y le emplea en sus altos designios de promover la actividad humana, anda bien avenido con Dios, suele hacerle visitas, y sale muy satisfecho de que Dios le trate con cordialidad y confianza. Por lo que se ve, el mal para nuestro poeta es chico mal y está subordinado al bien al cual concurre, a pesar suyo.

No faltan en ellos ingeniosos chistes y cómicas situaciones, ni dejan de ser censuradas con agudezas de buena ley las locuras y ridiculeces humanas.

Verdad que se reía de las preocupaciones nobiliarias y decía muy buenos chistes á propósito de los conservadores; pero con todo eso, puede dudarse que hubiese en el fondo hombre más orgulloso y linajudo que Paco Ruiz.

Es la única que no se ríe con los chistes del señor Kisseler, un escultor amigo de mi padre, cuyo ingenio hace gracia a todo el mundo. Este señor me disgusta y me parece grosero, acaso porque no le comprendo, pues da a las palabras más sencillas, en apariencia, un sentido particular que hace reír a los hombres y ruborizarse a las señoras, sin perjuicio de reírse también.

Me deslicé por la escalera arriba ya tarde. Tengo las llaves, y abrí; entré y me escondí en mi cuarto. Aun no habían vuelto ellas de la tertulia donde van todas las noches; donde va también el hombre que me mata. Las llegar, las reír, celebrando los chistes de ese hombre.

Se comenzó a comer sin mucho ruido; todos se esforzaban en decir chistes. Joaquinito se burlaba del servicio y hablaba de Fornos... y de La Taurina y el Puerto, donde se cenaba por todo lo flamenco.

Sr. García, vengo a pagar a usted aquel piquillo.... ¿Qué piquillo? Los seis mil reales que usted tuvo la amabilidad.... ¿Qué amabilidad?, quiero decir, ¿qué seis mil reales?... Usted no me debe nada. ¡Qué bromista es usted! dijo Bonis, que más estaba para recibir los Santos Sacramentos que para chistes. Y se dejó caer en una silla y empezó a contar onzas sobre una mesa.

Todo esto daba ocasión a no pocos chistes, que cundían por la ciudad, pero que por fortuna jamás llegaban a los oídos de don Joaquín, víctima de ellos. Algo más de un año duró esta armonía y constante convivencia entre D. Joaquín, Rafaela y Pedro Lobo. No hubo de ser éste tan afortunado como en otras cosas en su secreta misión política.