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Sin otra preocupación que la salud y los actos de Rafael, y ayudada por el chismorreo de una ciudad curiosa, nada hacía su hijo que no lo supiera a las pocas horas. Hasta tenía noticias, por una indiscreción de Cupido, de aquel arriesgado viaje de noche y a través de los peligros de la inundación, para ir a presentarse a la cómica, como ella decía con rabioso acento de desprecio.

La muerte del pequeño se había transmitido rápidamente por todo el contorno, gracias á la extraña velocidad con que circulan en la huerta las noticias, saltando de barraca en barraca en alas del chismorreo, el más rápido de los telégrafos. Aquella noche, muchos durmieron mal. Parecía que el pequeñín, al irse del mundo, hubiese dejado clavada una espina en la conciencia de los vecinos.

Y también conozco lo que le ocurría a usted antes de ir a Madrid. Aquí se sabe todo, Rafaelito; el chismorreo de esa pobre gente es tan grande que llega hasta esta soledad. Conozco perfectamente el odio que la madre de usted me tiene y hasta he oído algo de disgustos domésticos, por si usted venía o no venía aquí.

Ricardo te envía un saludo y yo mi mejor abrazo. =Rosalía=.» Sólo me resta pedir disculpa a mi amiga Rosalía por lanzar su carta a los cuatro vientos de la publicidad. Lo hago porque, aparte el pequeño chismorreo final, la carta encierra una enseñanza y revela las mejores virtudes que pueden adornar a una mujer. Señora Rosalía Arregui del Moral de Pérez y Cámpora. «Los Carpinchos».

Las señoras se confiaban a ellos, hablándoles con el descuido que da la ausencia de todo peligro. Luego, sus tertulias en la cervecería eran una prolongación del chismorreo femenino, mencionándose por todos ellos los defectos ocultos de las damas más famosas, con una delectación hostil, como si les complaciese las debilidades y miserias de un sexo enemigo.