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Aquellas monstruosas paredes eran blancas, pero estaban salpicadas por grandes manchas de musgo. ¡Qué atrocidad! ¡Qué altura tienen estas montañas, y qué cercanas están! ¡Si parece que se vienen encima! ¿Ve usted, señorita, aquel agujero que tiene la peña allá arriba? . Pues antes había allí un nido de buitres, y yo entré de chico una vez á cogerles los huevos. ¿Y por donde te encaramaste allá?

Cortemos, pues, los vuelos de la imaginación del chico, dijo para el maestro, y mostrémosle la realidad tal cual es.

Cogió el enano algunos, y arrimándoselos á los ojos vió que del modo que estaban abrillantados, eran microscopios excelentes: cogió pues un microscopio chico de ciento y sesenta piés de diámetro, y se le aplicó á un ojo, miéntras que se servia Micromegas de otro de dos mil y quinientos piés.

Recuerdos de Silam Ordoñez y Oñate El yo cuidado. En marcha Sungay Talisay La Capitana Ramona. Tiempo viejo Los labios de un chico y la boca de una chocolatera. Perlas y brillantes Laguna encantada. El cráter. Volcán de Taal Grandiosidad del volcán Erupciones notables Sueño del coloso.

Me dejé meter en las Micaelas y me dejé casar... ¿Sabes cómo fue todo eso?, pues como lo que cuentan de que manetizan a una persona y hacen de ella lo que quieren; lo mismito. Yo, cuando no se trata de querer, no tengo voluntad. Me traen y me llevan como una muñeca... Y ahora, créete que me entran remordimientos de engañar a ese pobre chico. Es un angelón sin pena ni gloria.

Ahora dijo D. Diego, baila el chico peor que el año pasado, porque está en la edad del pavo; edad insufrible, entre la palmeta y el barbero. Ya Vds. sabrán que en esa edad se ponen los chicos muy empalagosos, porque empiezan á presumir de hombres y no lo son. Sin embargo, ya que Vds. se empeñan, el chico lucirá su habilidad.

Justamente al acercarse á su casa vió salir de ella, bajando los escalones, á Miguel, el hermano de Soledad. En cuanto el chico le divisó, dióse á correr desesperadamente en dirección de la plaza de toros. Velázquez lo siguió también á la carrera, logrando estrechar la distancia. ¡Quieto, Miguel!

Niño, tráete la mía gritó reciamente el señor Rafael al criadillo. No tardó éste en presentarse con otra batea de cañas. El señor Rafael era un viejo de fuerte complexión, seco, moreno, con los cabellos blancos, pero sin faltarle uno solo, vivo de ojos y suelto de ademanes, como un chico de veinte años.

En la oficina lo han dicho; y si vieras cómo están todos bailando de contento... Oficial conozco que no ha dormido en toda la noche esperando el correo; ¡y si supieras, mujer...! A ti te lo puedo decir, y no importa que lo oiga este chico. Oye, oíd los dos: muchos oficiales se han fugado, sin que en los cuarteles ni en sus casas se sepa dónde están.

Encendido el rostro y sudoroso, el bravo chico no paraba hasta que Isabelita iba a informarse, de parte de su papá, del motivo de tal estrépito. Si vieras, papaíto decía la niña, muerta de risa ; ha puesto sillas unas sobre otras, y está dando latigazos y diciendo unas borricadas... Dile a ese gallegote que si voy allá le pondré cada nalga como un tomate...