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Realmente, nuestra desahogada posición actual se la debíamos a él, porque no sólo le había regalado a Reginaldo un generoso cheque que lo puso en condiciones de pagar todas las deudas que pesaban sobre su negocio de encajes de la calle Cannon, sino que a me había enviado, hacía tres años, con motivo de ser el día de mi cumpleaños, dentro de una modesta caja de plata, una letra contra sus banqueros, por una buena cantidad, lo cual me proporcionó, desde entonces, una pequeña renta anual muy confortable.

Pero cuando iba á doblar el pliego, añadió una posdata: «Adjunto te remito el cheque de este mes. El próximo cheque será más importante que todos los que llevas recibidos, pues espero cobrar, además de mi sueldo, las retribuciones atrasadas de varios trabajos particulares hechos en los dos últimos años

Entonces puse el pensamiento en aquella aspiración de justicia, ya escrita en los códigos, pero que aún es letra muerta en las costumbres. De ellas me inspiré, intentando contribuir a la pintura de esta época en que una letra de cambio, una obligación, un cheque, pesan en la balanza social más que cuanto representa, trabajo, ciencia, estudio y arte.

Hecha mi salutación, mi vista contempla la masa enorme que está al frente, aquella tierra coronada de torres, aquella región de donde casi sentís que viene un soplo subyugador y terrible: Manhattan, la isla de hierro, Nueva York, la sanguínea, la ciclópea, la monstruosa, la tormentosa, la irresistible capital del cheque.

Para su gloria mundial, jamás dinero tan bien gastado como los cinco pesos que cuesta oír una conferencia. El conferencista, al llegar a u país, olvida con la distancia los arañazos de los remotos «doctores» y sólo ve el cheque que guarda en la cartera.

El giro de América había sido reconocido por el Banco como una cantidad en depósito, y podían disponer de un tanto por ciento, con arreglo á los decretos sobre la moratoria. Su amigo le enviaba un cheque siempre que necesitaba dinero para el sostenimiento de la casa. Nunca se había visto en una situación tan desahogada.

He olvidado dejar en casa del capitán Canterac el cheque sobre París que le entrego todos los meses. Luego hizo un movimiento de hombros y continuó andando junto al norteamericano. Se lo daré cuando vuelva á mi casa. De todos modos, no tenemos correo hasta pasado mañana.