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Esta fue la ocasión que Velázquez, si lisonjero agradecido, aprovechó para retratarle en campo de batalla de cuerpo entero y tamaño natural, ordenando un combate fantástico a caballo, con coraza de labores de oro, chambergo de grandes plumas, bastón de mando y aspecto de caudillo seguro y digno de la victoria.

En estas dudas vi a don Román Pérez de la Llosía salir como una flecha, de entre los más rezagados del grupo que bajaba, hacia el hombre que subía, y que éste, al notar que se le acercaba el de Coteruco, desprendió su diestra de la del campurriano, y se quitó con ella marcialmente el chambergo, descubriendo así la frente espaciosa y blanca, sobre la cual parecía reflejarse el rayo de luz que lanzaron entonces sus ojos.

Como decían en el inmediato pueblo de la Presa, era un hombre que, vistiese como vistiese, tenía aire de señor. Llevaba casi siempre botas altas, gran chambergo y poncho. Pendiente de su diestra se balanceaba el pequeño látigo de cuero, llamado rebenque. Los edificios de su estancia eran modestos.

El tranvía, inmóvil, pedía con estridente toque de corneta paso franco, mientras un grupo de desocupados rodeaba al caballo de un vehículo, caído en mitad de la vía, bajo el peso de su carga y de sus largos servicios; entre el vigilante, el carrero y el mayoral, había ruda porfía a quién gastaba más ajos y cebollas, para dejar bien sentado su derecho y su cultura: el vigilante, un chinazo de pera, los ojos atravesados, el kepis sobre la oreja, usando de malos modos y peores palabras; el carrero, un criollo pura sangre, de chambergo ladeado y pañuelo al cuello, y el mayoral, un compadrito de melena, dandy echado a perder, contoneando las caderas a compás.

El viento movía blandamente el ala de su chambergo y levantaba leves nubecillas de polvo que los cascos del azulejo removían aún de entre el césped, de tal modo era enérgica la fuerza con que los golpeaba.

El chambergo de fino fieltro con airosa pluma blanca, algo inclinado sobre la oreja derecha, ocultaba en parte la cicatriz de una larga herida que partía desde la sien; la mitad de aquella oreja se la llevó una bala de bombarda allá en Tournay, en las guerras de Flandes.

La llama de la hoguera dábale un aspecto siniestro, así, con el chambergo ladeado, los ojos fulgurantes de odio, la navaja abierta en la mano, que blandía, como si quisiera despachurrar a alguien. Quilito no le hacía caso, abstraído.

Una columna caída le servía de asiento y una campiña desolada de melancólico fondo. Sombreaba sus facciones de helénico dios un amplio chambergo y cubría sus vestidos con una túnica blanca, a modo de gabán de viaje. Con este exterior un tanto grotesco lo había representado el artista, soñando sobre las ruinas del agro romano.

¡Pobres novelas!... dijo Ricardo. ¡Estás eruditísimo! exclamó sonriendo Lorenzo. ¡Esto no es nada! ¡Ya verás, Lorenzo, como con sólo un chambergo de gran ala levantada te quito el... casquete neurasténico de Charcot! ¿Qué tal? ¡y a esta altura! ¿Cómo a esta altura? ¡A la altura de Trenque Lauquen, adonde vamos llegando... fíjate!

Un viejo con melenas de un blanco sucio y gran chambergo, que tenía aspecto de poeta tal como se lo imagina el vulgo, se despojó de un gabancito veraniego y dos bufandas de lana arrolladas á su cuerpo para suplir la falta de abrigo.