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Los que llegaron después con el doctor eran los más respetables, y llevaban con ellos el convoy de la expedición, enormes cestos de fiambres encargados á los mejores restaurante de la villa, cajones de champagne, cajas de cigarros. Ellos mismos, al repasar las vituallas alababan su previsión.

Filas de hombres blancos que parecían disfrazados de negros penetraban en el buque por las portas abiertas en sus dos costados llevando al hombro grandes cestos que esparcían polvo de hulla.

Pedro, antes de salir, había encargado que por todas las calles del jardín que había frente a la casa, pusieran unas columnas, como media vara más altas que un hombre, que habían de estar todas forradas de aquella parásita del bosque, sembrada acá y allá de flores azules; y sobre los capiteles, se pondrían unos elegantes cestos, vestidos de guías de enredadera y llenos de rosas.

Educolo el prestidigitador De-Hinchú, pasando los siete primeros años de su vida saliendo de cestos, cayéndose de sombreros, subiendo por escalas y dislocando sus tiernos miembros a fuerza de colocarse en violentas actitudes.

Acaesció que llegando a un lugar que llaman Almorox, al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dió un racimo dellas en limosna. Y como suelen ir los cestos maltratados, y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano. Para echarlo en el fardel tornábase mosto y lo que a él se llegaba.

Los que morían dejaban una cama libre á los otros que iban llegando. Desnoyers vió cestos que goteaban, llenos de carne informe: piltrafas, huesos rotos, miembros enteros. Los portadores de estos residuos iban al fondo de su parque para enterrarlos en una plazoleta que era el lugar favorito de las lecturas de Chichí.

Las criadas que pasaban por el Arenal con la cesta al brazo, camino del mercado de San Antón, y las aldeanas que se detenían á descansar por un momento, dejando en el suelo los cestos de verduras y las cantimploras de leche, volvieron la cabeza hacia la Sendeja al oír el taf-taf de un automóvil. El vehículo pasó veloz por la gran plaza, desapareciendo, ensanche adelante, al otro lado del puente.

Por su gusto, allí se quedarían hasta secarse; pero era preciso ganar dinero llenando los cestos que se enviaban a Madrid. Envidiaba a las flores viéndolas emprender su viaje. ¡Madrid!... ¿Cómo sería aquello?

Sonaban por la ciudad alegremente las chirimías, los pífanos y los tambores. Los balcones de la calle de la Victoria eran cestos de rosas, con todas las damas y niñas de la ciudad asomadas a ellos. Por cada bocacalle entraba en la de la Victoria, con su banda de tamborines a la cabeza, una compañía de milicianos.

¿No podríamos salir a dar una vuelta por el campo? Me muero por los árboles. Artegui torció hacia el teatro, ante cuyo pórtico aguardaban dos o tres cochecillos de los llamados cestos. Hizo breve seña al más próximo, y el auriga vasco, alzando su fusta, halagó con ella el anca de las tarbesas jaquitas, que, la cerviz enhiesta, se prepararon a arrancar.